jueves, 28 de febrero de 2008

La voz silenciada

La voz silenciada

Apenas pasaron cuatro días de su cumpleaños número 17; muy pocos para las seis niñas y el niño que Pamela parió en sólo tres años. Su historia se relató como un caso, “todo salió como estaba previsto”, naturalizaron los médicos respecto del último parto múltiple, pero nadie escuchó a la adolescente y a su madre cuando después de haber tenido las primeras trillizas solicitaron una ligadura de trompas. La historia parece excepcional, pero encierra la regularidad con que se descuida la salud reproductiva de las mujeres en general y de las más jóvenes en particular.

Por Sonia Tessa
Desde Cordoba

El lunes, Pamela cumplió 17. No hubo grandes festejos, en realidad si hubo alguno fue en la intimidad de una pieza de pensión en la que espera junto a su madre que las tres niñas que alumbró la semana anterior puedan prescindir de los cuidados intensivos de una sala de neonatología. Por segunda vez, Pamela parió trillizas. Su historia fue descripta como un caso, un milagro, una excepción a las reglas de la fertilidad que en su cuerpo se cumplen con la misma prodigalidad que en las chicas de su edad, pero más. Mucho más. Si no fuera así, Pamela sería otra adolescente con tres partos y cuatro embarazos en su historia clínica. No habría titulares dedicados para ella, no llamaría la atención más que para las estadísticas que cíclicamente retratan, a través de las madres niñas y adolescentes, lo que sucede cuando la educación sexual es casi nula, cuando las expectativas de vida no permiten ver más allá del momento. Pero Pamela tiene, a los 17, siete hijos que llegaron en una escala muy apretada: dos años y medio el varón más grande, uno y medio las trillizas nacidas en julio de 2006 y pocos días las que vieron la luz el 20 de febrero pasado, como si fuera una fatalidad o un milagro, según quién lo relate.

Pamela está “apabullada”, así lo describió una de las médicas que la trató. No quiere que se indague más en su intimidad, está cansada de recibir preguntas como reproches: que por qué no se cuidó, quién es el padre de las niñas que acaban de nacer, cómo no pensó antes justo en ese instante en el que es tan difícil pensar cuando se tienen 16 y una vida ya suficientemente plagada de llantos, pañales y mamaderas. Cuando se le acercan para pedirle una nota, apenas baja la mirada y llega a decir que “no”. Es su madre, Magdalena, quien negocia por ella el valor de su testimonio y no porque quiera lucrar sino porque el susto por lo que vendrá empaña cualquier presente y la pobreza que conoce desde pequeña la vuelve desconfiada. “Si quieren notas, que paguen, porque ahora se interesan, pero después me quedo sola para criar a tantos chicos”, dice y custodia el silencio de su hija del mismo modo en que organizó el destino de los nietos que le dio Pamela: las trillizas mayores están al cuidado de otra de sus hijas, en un pueblo cordobés, San Marcos. Y el más grande quedó con su papá, en Marcos Juárez.

La entrada de Leones, el pueblo donde se supone que hay en el banco casi cien mil dólares por habitante.
La fertilidad de Pamela es una “rareza científica”, insiste el director del Hospital Municipal San Roque de Leones, Jorge Margherit. Si bien está preocupado por el futuro de los siete niños, el médico subraya que desde el centro asistencial hicieron grandes esfuerzos para garantizar la calidad de vida de todos los niños. Se enorgullece porque ese centro de atención primaria pudo controlar el primer embarazo hasta que llegó a término. Como entonces les costó conseguir el lugar para el parto, y por el incremento del riesgo, en esta oportunidad la derivaron con más tiempo a la Maternidad de la capital provincial. Pero ¿qué pasa con la madre de esos niños? A los 15 años, cuando tenía cuatro hijos, su madre Magdalena Bazán pidió que le hicieran una ligadura de trompas. “Según la ley provincial de Córdoba, hace falta una autorización judicial para realizar esta práctica a una menor de 21 años”, afirma Margherit. ¿No se pensó en solicitar ese aval? “Ningún juez lo hubiera concedido. Además, hubiera sentado un precedente para que otras jóvenes pidieran la práctica. Por otra parte, ¿qué pasaría si Pamela mañana pierde todos sus hijos en un accidente?”, arguye el médico, que trata a la adolescente desde su primer embarazo. Tenía apenas 13 años, pero lo perdió. Luego llegó Lisandro, cuando Pamela arañaba los 14. Y a los 15, las primeras trillizas, Ludmila, Macarena y Candela. Pamela entonces quería hablar, quiso pedir, junto a su madre, que la pusieran a salvo de la trampa que le había tendido su rara fertilidad. Pero entonces no la escucharon. El Estado puso el parche de la asistencia, pero no llegó ahí donde estaba el riesgo, en la precaria salud sexual y reproductiva de la adolescente. Si no se quería aplicar una cirugía difícil de revertir como la ligadura de trompas, ¿por qué no le ofrecieron, le recomendaron un Dispositivo Intrauterino (DIU), para evitar nuevos embarazos? “La Magdalena no quería, porque estaba empeñada en la ligadura de trompas”. Es una respuesta lábil, es tan común que el Estado actúe incluso en contra de la voluntad de cualquier madre cuando entiende que hay un “menor en riesgo”, que es difícil leer ese respeto por la soberanía de la potestad materna más que como un descuido.

Ahora, en la Maternidad Provincial de Córdoba, convencieron a madre e hija de recurrir al DIU. “El Programa de Maternidad y Paternidad Responsables de la provincia envía los métodos anticonceptivos. Los ginecólogos del hospital evaluaron que las pastillas no eran una buena opción, porque hacía falta una conducta terapéutica que no se podía garantizar. Entonces (hace menos de dos años), se decidió aplicar la inyección anticonceptiva, que se aplica cada 21 días. Pamela reconoce que un mes se descuidó y no vino a ponérsela”, explica Margherit. El resultado fue el segundo embarazo gemelar en dos años. El mismo médico manifiesta su sorpresa y recuerda que la fertilidad de la adolescente es excepcional. Se dice que es el tercer caso en el mundo. Lo cierto es que esta excepcionalidad encarna en una vida, la de una chica de 17 años, muy pobre, que desde ahora deberá hacerse cargo de siete niños.

La complejidad de la historia de Pamela se abre como un abanico, donde las preguntas encuentran, en muchos casos, más presunciones que respuestas. Por qué los médicos –que desecharon las pastillas porque pensaban que Pamela no las tomaría todos los días– apelaron a las inyecciones, que requerían su llegada mensual al hospital. Por qué no aplicaron un criterio médico para prescribir el DIU. De hecho, la propia jefa del Servicio de Adolescencia de la Maternidad Provincial, Viviana González, afirma que “le hubiera puesto el DIU y le hubiera dado muchos preservativos” antes de su vuelta a casa, la primera vez. Sin embargo, esta profesional nunca tomó el caso de Pamela, que la primera vez llegó directamente para el parto y, en esta oportunidad, ingresó en el servicio de “alto riesgo”.

Y como todo era tan frágil que podía fallar, la adolescente volvió a quedar embarazada. Había necesitado de la ayuda estatal, y de la comunidad, para sostener a sus hijos. Ahora necesitará aún más. “Son un caso social muy delicado”, afirma Margherit, quien se enorgullece del tratamiento médico que recibieron las primeras trillizas de Pamela. Como el invierno pasado las niñas presentaban desnutrición y alguna inmadurez evolutiva, estuvieron cuatro meses internadas en el hospital, con una enfermera y una religiosa destinadas a su cuidado, junto a Pamela. También tenían problemas de deglución y por eso fueron trasladadas en un remise hasta La Plata, donde las atendió un equipo médico especializado en el tema. “Eso lo pagó la comunidad. Era la única forma de hacerlo, y hubo una religiosa, la hermana Luján, y una pediatra, Sandra Ramazzotti, que se ofrecieron a ir hasta La Plata con las bebas”, señala Margherit. El médico entiende que se trata de derechos, pero también subraya lo que se hizo. “Si hoy las trillizas están bien y tienen un peso normal, es porque el Estado y la comunidad de Leones se hicieron cargo”, asegura el profesional. Asistieron a las bebas, pero la mamá quedó boyando, sin ser escuchada. Una vez que Pamela fue madre, su sexualidad quedó empañada por esta nueva condición. Y nadie recordó que seguía siendo una adolescente, llena de deseos.

Magdalena Bazán, la madre de Pamela, abuela de los siete niños.
En las calles de Leones, el pueblo de 10 mil habitantes donde creció Pamela, el acento está puesto en recordar todo lo que recibió la adolescente. Como asistencia, como ayuda, como solidaridad. No como derechos. Es que en Leones corre la indignación por unas declaraciones de Magdalena en el programa La mamá del año, que conduce Andrea del Boca. Allí la mujer relató que no había recibido ayuda de su pueblo. Y abrió un enorme frente de batalla, que debió enfrentar apenas volvió al hospital en busca de la leche en polvo que reciben sus nietas. Allí la misma pediatra que acompañó a las bebas hasta La Plata le pegó un reto. En el hospital, el sábado a la tarde, la kiosquera, las enfermeras, la “hermana Patricia” (una religiosa asignada al hospital), los periodistas, todos se agolpan para recordar “la ayuda” que recibió la adolescente.

“Le dieron una casa, pilas de ropa que ni siquiera lavaba, tenía tanta que la dejaba afuera, en el lavadero, para que se pudra. Recibe la leche, las trillizas estuvieron internadas en el hospital, dejábamos a nuestros hijos para darles de comer. Las enfermeras, las religiosas, mujeres voluntarias de Leones, todos la ayudamos”, dice una enfermera, pero la opinión se amplifica como un eco. Tras las declaraciones de Magdalena, todos tienen algo para reprocharle. Dicen que Pamela “no supo aprovechar todo lo que se le dio”. La frase se repite. La culpan de haberse embarazado, le cuestionan sus costumbres. Cuentan que mientras las trillizas lloraban, ella “jugaba con el celular y se la pasaba escuchando a Jean Carlos y La Mona”. Las opiniones se suman, se complementan, junto con la mirada de enojo. Para todos, Pamela recibió mucho. Algunos, incluso, llegan a decir que le dieron una casa “por abrir las piernas”.

En un pueblo donde las calles exudan riqueza, de la mano de la soja y el trigo, que hoy se cosecha apenas para “hacer cobertura”, Pamela tiene muy poco. “En este pueblo hay pobres, los que están acá, en la Fiesta del Trigo (que se realizó el último fin de semana), pueden decirle que no, pero yo sé bien que hay, los veo todos los días”, dice el director del hospital. El contraste es apabullante. En la Fiesta Nacional venden pequeñas motos cero kilómetro, hay exposición de cosechadoras. La gente disfruta del sábado a la tarde en la pileta. Los autos y las motos copan la calle lindera. Incluso, el periodista Julio Llabres ilustra la situación del pueblo. “En 2001, un colega dijo por la televisión nacional que Leones era la ciudad más rica del país, porque habían quedado 18 millones de dólares en el corralito con once mil habitantes. Pero no es tan así, mi parte no sé adónde está”, termina con un chiste. Lo cierto es que hay dos Leones. Y Pamela está del otro lado.

Magdalena, la abuela de los siete hijos de Pamela, tiene apenas 49 años. Pero su mirada demuestra que fueron muy duros. Llegó a Leones a los 12 años, desde Villa Angela, en el Chaco, donde supo desde bien pequeña lo que significaba el trabajo: colaboraba en la cosecha del algodón. Ya en el pueblo de Córdoba fue empleada doméstica, cuidó personas enfermas, ancianas. Tuvo seis hijos. La más chica es Pamela. Cuando se le pregunta si crió sola a sus hijos, elude la respuesta. “Siempre trabajé para que no les falte nada”, responde. Sin saberlo, una enfermera del hospital municipal de Leones le da la razón. Dice que José, el esposo, “es tranquilo pero vago. Si no fuera porque Magdalena salió a trabajar, los hijos se habrían muerto de hambre”. La familia vive en una casa sobre “la rutita”, como le dicen en el pueblo a esa calle, que es enlace con otras localidades. Apenas se golpea la puerta, en la calurosa siesta del sábado, José abre la puerta. Y ante la primera pregunta sobre Pamela, se adelanta: “La que maneja todo es la madre. Llámela a ella”, afirma, y atina a discar. Con cierta reticencia, responde que es jubilado, que está casado con Magdalena desde hace 30 años, y apenas hace un gesto cuando se le pregunta cómo reaccionó ante los embarazos de Pamela. Finalmente, despacha a los intrusos, pero antes afirma que “de algún modo se van a criar” los siete niños. En la casa de al lado, una jovencita baldea la vereda. Cuenta con toda naturalidad que acompañó a “la Magdalena” a Córdoba, porque sola no podía con tantos niños. Es la única que durante toda la tarde no dirá una palabra de reproche, sino que ofrecerá su solidaridad de par.

La vivienda de Magdalena está en un barrio alejado del centro de Leones, en un plan social de casas de material, todas iguales, blancas, con dos ventanas al frente. En algunas se ven pequeños jardines, autos de modelos viejos. La de ellos es la más deteriorada, al asomarse se advierte que ni siquiera tiene pisos. Hasta mediados de este año, allí residían once personas. Magdalena, José, tres de sus hijos, la pareja de Pamela y los cuatro niños. “La prioridad fue sacarlos de allí. Por eso la Municipalidad le dio un terreno y le construyó una casa. Porque no podían seguir viviendo en ese lugar, en esas condiciones de hacinamiento”, cuenta

La casa, donde hasta hace un mes vivían once personas. Foto: Sebastián Granata
Margherit. La construcción de una casa para Pamela le pone carbón a la caldera de enojo que hoy es Leones. En realidad, se trata de una pequeña casa, hoy con el pasto muy crecido, adonde Pamela fue a vivir sola, con sus cuatro hijos. El muchacho que entonces era pareja de la adolescente se fue.

Sobre los papás de los bebés también se dicen muchas cosas. La médica que en la mañana del sábado está a cargo de la guardia de la Maternidad provincial pone un poco de sentido común. “Pamela está apabullada”, relata sobre el escaso contacto que mantuvieron. “Todo el mundo quiere saber sobre su intimidad, de los padres de los chicos, es una situación muy invasiva”, agrega. Fuera de los mil y un rumores que circulan en el pueblo, Pamela vivía sola con sus cuatro hijos en una vivienda nueva, pero ubicada bien lejos –casi todo lo que se puede estar dentro de Leones– de su madre y su familia, de los vecinos, del entramado social que sostienen sus pocos años de vida. Es cierto que allí el Estado intervino, garantizó un derecho de la adolescente y sus hijos, el de la vivienda digna, pero no miró a la persona que recibiría ese “beneficio”. Aunque no se le pueda achacar exclusivamente a la Municipalidad de Leones, porque la intervención estatal se caracteriza por esa despersonalización, su efecto es agravante. En el caso de Pamela, la lejanía la deja aún más sola con sus hijos, menos asistida para criar toda la prole. Sin embargo, sus vecinos de Leones no se plantean el acceso a la vivienda en términos de derecho, sino como una dádiva que recibió la niña.

Pamela no estudia, y sería difícil que lo haga ahora, con tantos hijos. Esa es otra de las frases que circulan como estiletes por el pueblo. “En lugar de darle tantas cosas, tendrían que mandarla a la escuela”, se suceden las condenas. Y vienen de los lugares más diversos. Una vecina de Pamela en su nueva casa cuenta que la adolescente no tiene amigas. Por lo menos, no la visitan en la casa de barrio sur, las viviendas de la solidaridad, como les dicen sus habitantes. La vecina es también empleada doméstica, venida de Entre Ríos. Tiene 24 años y apenas comienza a hablar de Pamela asegura que “es buenita, pero muy sucia”. Se enoja porque en la casa lindera a la suya –bien arregladita– hay pañales tirados, ropa, cartones de leche. “Le dan muchas cosas, pero no las sabe aprovechar”, se escucha como un calco de lo dicho por otras personas en la pequeña ciudad.

Mientras la vida de Pamela es objeto de opiniones, censuras y objeciones, ella parece desbordada. Al menos, así lo describe Viviana González. “Llegan muchas cosas para las trillizas, pero también hay gente que la está merodeando. Los medios, los médicos, los empleados. No comía ni dormía. Le pregunté si quería ir a un lugar retirado, donde estuviera sola, y me dijo que sí, que por favor. Así que durmió, comió, estuvo tranquila”, cuenta la médica que apenas la atendió cuando estaba a cargo de la guardia. Dicen que Pamela es muy sumisa. Lo confirma Margherit, quien cuenta que la familia es “totalmente matriarcal. Magdalena decide todo”, y aventura que los embarazos son, para la adolescente, una forma de liberación.

Así como Magdalena empuja a la familia, maneja también la relación con los medios, con la ilusión de obtener alguna ayuda económica, sumida en la desesperación. Ella lo explica limpiamente, sin especulaciones. “Yo no quiero comerciar con mis nietos. Pero tengo que pensar en su futuro. Son siete niños para alimentar. Ahora vienen a hacernos las notas, todos se benefician. Pero después nos quedamos solas. Necesitamos pañales, leche, de todo. Y nosotros somos muy pobres”, dice sobre las condiciones para realizar una entrevista. No quiere algunos pañales, sino la certeza de que los tendrá mientras las niñas necesiten. Es que el problema no es ahora, cuando la historia conmueve a televidentes de todo el país. El problema será el día a día. Por eso Margherit es uno de los pocos vecinos de Leones que no está enojado, sino preocupado. “A Magdalena no hay que condenarla, hay que entenderla”, dice, y señala que las dificultades se multiplicaron. “El problema es cómo resolvemos de acá para adelante. Porque ahora vienen todos los medios del país. Pero en el día a día la familia necesitará ayuda y hay que hacérselo entender a esta comunidad. La asistencia oficial no bastaba antes. La seguirá teniendo, pero ahora alcanzará mucho menos. Por más que la aumentemos, será insuficiente. Y vamos a necesitar de la comunidad”, explica.

La certeza de que no podrán criar a tantos niños es una obsesión para Magdalena. La lleva a pedir ayuda a los cuatro vientos. Las incertidumbres son demasiadas en su vida. Además, desde hace cuatro meses está sin trabajo, porque la anciana que cuidaba falleció. Desde entonces, depende más que nunca de la solidaridad. Con su estilo –que una enfermera de Leones define como de “vieja maleva”–, ella llevó adelante su familia. Ahora, se desespera. “Estamos viviendo de una indemnización por discapacidad que cobró mi hijo”, afirma. Durante los pocos minutos de la conversación, apenas alcanza a decir que en Leones hay “mucho dinero, pero la gente lo pone en el banco. O les sirve para comprar autos, esas cosas, pero no hay mucho progreso”. De esa manera tan sencilla habla de la riqueza sin distribuir, de las mentiras del efecto derrame.

Sin embargo, Magdalena subraya que ha tenido empleos. “Me ocupo de cuidar gente enferma. Por suerte hasta hace cuatro meses ganaba bien, pero partió la señora y me quedé sin trabajo. Toda mi vida trabajé, no conozco más que el sacrificio en mi vida. Además, soy huérfana de muy pequeña. Mi papá falleció cuando yo tenía ocho o nueve meses”, comienza a relatar. Pero enseguida Pamela la llama desde adentro, quiere que vaya. Ya le dieron el alta y desea irse de la Maternidad. Magdalena entra, le pide un café, la acompaña. Luego, vuelve a la vereda y presume que se están sacando fotos de Pamela sin autorización. Se va enojada. “Los periodistas son todos iguales, les das la mano y se toman el codo. No hay nota”, dice antes de subirse al taxi que la llevará a la pensión donde vivirán mientras las trillizas estén internadas en la Maternidad de Córdoba. La voz que falta es la de Pamela. En esta nota, pero no sólo acá. No se sabe qué piensa sobre sus embarazos, cómo tramita su maternidad adolescente, cuánto le pesan todos los hijos, cómo quiere cuidarse de nuevos embarazos, cuáles son sus intereses, sus amores, sus ilusiones. Sólo se sabe que a partir de ahora tendrá siete niños a su cargo. Y hará lo que pueda.

Sobre fiebre amarilla, lugares de atención

Buenos Aires (agencia Comunas, febrero 27)

A partir del lunes 25 de febrero, siete vacunatorios dependientes del Ministerio de Salud del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires aplican la vacuna contra la fiebre amarilla.

Cualquiera sea la nacionalidad de la persona, el único requisito para poder darse la vacuna es concurrir con algún tipo de documentación que acredite la identidad y permita confeccionar el certificado de vacunación: DNI, pasaporte o cédula de identidad del MERCOSUR.
Esta medida tiene como objetivo colaborar con el plan nacional de vacunación que se está llevando a cabo desde el gobierno nacional para prevenir la propagación de los casos de fiebre amarilla registrados en Brasil y Paraguay.
Siguiendo las normativas del Ministerio de Salud de la Nación , se recomienda la vacunación contra la fiebre amarilla a:
- Poblaciones que viven en áreas de alto riesgo: departamentos de las provincias de Misiones, Formosa, Chaco, Corrientes, Salta y Jujuy, que sean limítrofes con Bolivia, Paraguay y Brasil.
- Vacunación de viajeros que, por actividades laborales o recreativas, transiten dentro de áreas de alto riesgo del país o de otros países.
En ambas circunstancias, la vacunación es necesaria a partir del año de edad y hasta los 60 años y opcional para el grupo de 6 a 12 meses y mayores de 60 años de acuerdo a la situación de riesgo de exposición. En estos casos la indicación deberá ser realizada por profesionales médicos.
No se recomienda la vacunación de los viajeros a las zonas de costa atlántica brasileña, excepto a aquellos que se dirijan a los estados de Amapá, Pará y Maranhao, que se encuentra en el extremo norte de ese país dentro de la zona de “riesgo de transmisión”.

Contraindicaciones:
- Niños menores de 6 meses.
- Reacción anafiláctica a la ingestión de huevos y sus derivados.
- Inmunocomprometidos.
- Embarazadas, salvo en situación de emergencia epidemiológica, pudiéndose utilizar a partir del 6º mes.

Hay que tener en cuenta que:
La protección con la vacuna se obtiene a los 10 días de aplicada
La revacunación es cada 10 años

Centros de Vacunación
- CESAC 9, Irala 1254. Martes, miércoles y viernes de 14 a 17 hs. Tel: 4302-9983.
- CESAC 21, Gendarmería Nacional 522 y Centro Nuevo, calle 6 y calle 5, manzana 11. Lunes a viernes de 12 a 15 hs. Tel: 4313-6985 / 4315-4414.
- Hospital Muñiz, Uspallata 2272. Lunes a viernes de 13 a 16 hs. Tel: 4305-0847.
- Hospital Durand, Díaz Vélez 5044, pabellón romano. Lunes a viernes 14 a 16 hs. Tel: 4982-2126 / 2677.
- Hospital Santojanni, Pilar 950. Lunes, miércoles y viernes de 14 a 17 hs. Tel: 4630-5501.
- Hospital Elizalde, Montes de Oca 40. Lunes a viernes de 14 a 16 hs., sábados de 10 a 12 hs. Tel: 4307-5898.
- Hospital Gutiérrez, S. de Bustamante 1390, pabellón de vacunas. Lunes a viernes de 8 a 13.30 hs. y de 14 a 16 hs., y sábados de 8 a 13 hs. Tel: 4962-2011.






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domingo, 24 de febrero de 2008

En la provincia de Buenos Aires: mayormente, los niños son víctimas de familiares

En la provincia de Buenos Aires: mayormente, los niños son víctimas de familiares

Creció 50% el abuso sexual de menores

El incremento de las denuncias se registró en un año; en las comisarías bonaerenses se presentan cuatro casos por día
Domingo 24 de febrero de 2008 |




LA PLATA.- Cuatro nuevos casos de abuso sexual de menores son denunciados cada día en la provincia de Buenos Aires.

La estadística corresponde a los casos presentados en las comisarías de la policía provincial dedicadas específicamente a esa problemática. Esto sólo revela una parte del problema: la mayoría de los casos no se denuncian y los especialistas dicen que la realidad de los chicos que padecen abuso aún es socialmente invisible.

Según las estadísticas oficiales, entre enero y septiembre de 2007 las comisarías de la mujer y la familia, dependientes del Ministerio de Seguridad bonaerense, recibieron 1016 denuncias de abuso de menores; es decir, casi cuatro por día. Dicha cantidad representa 49% más que los casos registrados en los primeros nueve meses de 2006, cuando se denunciaron 682 hechos.

María Elena Leuzzi, presidenta de la Asociación de Ayuda a Víctimas de Violación (Avivi), reveló que últimamente hubo un aumento notable de casos en la zona oeste del Gran Buenos Aires. En el partido de José C. Paz, por ejemplo, nueve personas fueron detenidas hace tres meses, luego de que una niña de trece años denunciara haber sido violada por sus propios padres, tíos y abuelos, y obligada a participar de fiestas sexuales a lo largo de varios años.

También de la zona oeste son oriundas Delia y Patricia, las dos chicas que contaron a LA NACION la trama de abusos a que su propio padre las sometió durante años (ver aparte).

La Matanza es el distrito en el que registraron más casos, con 479; Malvinas Argentinas, en la zona oeste, es el segundo partido bonaerense en cantidad de denuncias de abuso de menores, con 241 casos, y en tercer lugar se ubicó Almirante Brown, con 204 denuncias.

Para la especialista Analía Vega, capacitadora de la Dirección General de Coordinación de Políticas de Género del Ministerio de Seguridad bonaerense, la explicación del aumento no está en que haya más casos, sino en que ahora se denuncian más. "No es que haya aumentado el abuso sexual, sino que se habla más del tema; hay más medios o más instituciones adonde la gente puede acudir", dijo a LA NACION.

De todas maneras, dijo la funcionaria, "en la actualidad sigue siendo una problemática «tapada», que no se ve, y todavía son más los casos no denunciados. Los investigadores la comparan con un iceberg, del que lo que se ve es sólo una parte del fenómeno".

El abusador, en casa

Al panorama puesto al descubierto por las estadísticas se suma la realidad a la que se enfrentan los profesionales que deben asistir a los menores: la mayoría de los casos de abuso sexual, especialmente los que tienen como víctima a niños y niñas, ocurren dentro del hogar, y los victimarios suelen ser los padres, padrastros, abuelos o tíos.

En La Plata y sus alrededores, donde en tres meses -entre agosto y octubre del año último- hubo 102 denuncias de abuso sexual de menores de trece años, el 80% corresponden a casos de abuso intrafamiliar.

Ante estas evidencias, Vega cree que hace falta "derribar el mito de que el peligro está afuera", ya que si bien hay casos de menores violados por desconocidos que los sorprenden en la vía pública, por ejemplo, la mayoría de los casos son intrafamiliares.

¿Es un problema relacionado con la marginalidad? "Es otro mito", dijo Vega. "En las clases altas, la violencia familiar se oculta de otra manera y por eso parece que ahí no existe, pero no es verdad. Cuando hay dinero, es posible ocultar mucho más, tanto el abuso como los golpes y agresiones."

"A veces, los casos más aberrantes son los que suceden en familias de clase media alta", apuntó la teniente primera Laura Paiva, titular del gabinete de delitos contra la integridad sexual de la jefatura de policía platense.

"En la clase baja, el abuso es casi un producto del hacinamiento y la promiscuidad. En las familias más pudientes existe todo un artificio del abuso; aparecen cuestiones como el sexo grupal o el suministro de drogas y alcohol. Incluso ha habido gente que adoptaba chicos para abusar de ellos", agregó Paiva.

El Ministerio de Seguridad bonaerense cuenta con 24 comisarías de la mujer y la familia, dedicadas específicamente a la problemática de la violencia familiar, pero todas las seccionales policiales están obligadas a tomar denuncias por abuso sexual, que también pueden radicarse en sede judicial.

Por Sebastián Lalaurette
De la Corresponsalía La Plata

Datos del horror



Entre enero y septiembre de 2007, 1016 casos de abuso de menores fueron denunciados en comisarías de la mujer y la familia de la provincia de Buenos Aires.



La cantidad representa el 49% más que la registrada en los mismos meses de 2006, cuando se denunciaron 682 casos de abuso sexual a menores en la provincia.



Siete de cada diez casos de abuso sexual denunciados en estas sedes policiales específicas tienen como víctima a un menor de edad.



De cada tres denuncias de abuso sexual recibidas el año último, una corresponde a un caso de abuso intrafamiliar, es decir, un hecho en que el victimario es pariente, amigo o vecino de la víctima.



Las cifras revelan que cada día se denuncian en la provincia casi cuatro abusos sexuales que tienen como víctima a un menor, la mayoría ocurridos dentro del hogar. El año anterior se denunciaban cerca de cinco abusos cada dos días.



Todas estas cifras no incluyen las denuncias realizadas por otras vías, como las presentadas en sede judicial. La Asociación de Ayuda a Víctimas de Violación (Avivi) recibió el año pasado más de 2600 denuncias de abuso sexual, y cerca de la mitad corresponden a víctimas menores de doce años. En cuatro de cada cinco de estos casos se señala a un pariente o conocido del niño como agresor.



Los distritos con más casos denunciados en 2007 son La Matanza (479 denuncias), Malvinas Argentinas (241 casos) y Almirante Brown (204 abusos informados), todos en el conurbano bonaerense.




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yo_elena
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pol200624.02.08
08:12Hace 5 años que vivo un calvario,soy abuela de un nene que hoy va a cumplir 10años.La mayoria de las madres no denuncian siempre es un familiar como yo y les aseguro que no pertenezco a un aclase marginal,no tiene que ver con eso. En google poniendo FOROGam encontraran un foro español de gente de hasta mas de 55 años contando el calvario que vivieron en lainfancia. Tambien hay argentinos.Su creador Joan montane,eswcritor de "cuando estiuvimos muertos" su primer libro nos cuenta su calvario y muchos testimonios. Este mismo escritor estuvo en 2005 en Pinamar donde yo lo invite para que habalara en una entrvista con los medios de aca y una charla con la comunidad. Gracias por leerme ,gracias por Agustin,por Lautaro,por mi.

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juliofsa24.02.08
08:10Buena la nota, pero como

sábado, 23 de febrero de 2008

bob dylan

Bob Dylan: los viajes del Gran Camaleón

Bob Dylan: los viajes del Gran Camaleón


Hermann Bellinghausen

La Jornada

Pronto serán 50 años de que existe y todavía no sabemos si creerle todo el tiempo o sólo a veces, y si le entendemos. Lo que canta es importante, incluso para los que confiesan: “no me gusta Bob Dylan”. Así, desde su inicio en el frío invierno de 1960-1961, cuando un chaval llamado Robert Zimmerman, hijo de Abraham-vendedor-de-televisores en el corazón de la Nada americana, al pie de la carretera 61, se reinventó y autodenominó Bob Dylan. Como piedra que rueda, diría luego.

Es, para muchos, el creador más importante de la cultura popular contemporánea, si acaso eso significa algo. A pesar del desdén histórico de la academia literaria, su candidatura al premio Nobel va en serio. Si acaso significa algo.

En realidad, lo único que ha hecho es tocar y cantar rock tripulando su romancero. Centenares de historias, poemas de amor y desamor, enumeraciones de sueños y pesadillas, crónicas arbitrarias y geniales, elusivas canciones de protesta, plegarias, panfletos. ¿O son miles? Siempre las cambia y tiene fama de no interpretar dos veces igual una canción. Jamás suena “como el disco”, y eso en el moderno mundo del consumo es imperdonable.

Tal es el Dylan que llega a México en la gira de chaplinesco título (como su disco reciente) Modern Times, saludado por la crítica, incluso la habitualmente adversa, como “obra maestra a la altura de sus mejores épocas”. ¿Que cuáles fueron? Y en automático: los años 60.

Es lugar común. Y un error ya típico. “Antes era mejor”. Como prueba el documental de Martin Scorsese No direction home (2005), ya en 1965 su público, furioso, lo acusaba de chafear, de “venderse” al rock, cuando en realidad lo estaba inventado. “Antes era mejor”: el espejismo lo ha perseguido toda su carrera y es parte del mito. Su audiencia, permanente malcontenta, es quizá la más crítica y regañona que un artista pueda tener. Un logro pedagógico.

La voz “odiada” e insolente

Extraordinario intérprete, sin paralelo ni reposo, además de compositor y poeta feraz, ha reunido las mejores bandas imaginables. Su voz, “odiada”, nasal e insolente, se cuenta entre las más influyentes del inmenso mar del rhythm and blues. Nadie en el rock ha sido tan inteligente tanto tiempo. Y tan inaprehensible. Es el Gran Camaleón, como brillantemente intuye el cineasta Todd Haynes en I’m not there (2007) al contar sus vidas reales e imaginarias con seis actores, y “uno” es Cate Blanchet, para su etapa más espectacular, andrógina y genial, circa 1965.

La decepción permanente de sus fans no tiene razón. Si uno revisa desapasionadamente su extensa discografía, descubre que más allá de La respuesta está en el viento, siempre fue mejor “que antes” y hoy más que nunca.

Como artista, hace lo más envidiable: su regalada gana. Se “espera” algo de él, y nos deja con un palmo de narices. Lo quisieron líder o profeta. Estuvo con Martin Luther King Jr. en la marcha al Capitolio, cantó la desafiante When the Ship Comes In y se escabulló. Cuando los movimientos civiles lo invocaron, él estaba reinventando el blues eléctrico antes que la sicodelia supiera que así se llamaba. Y cuando ésta floreció, él cantaba rancheras. Cuando los punk saltaron a escena en los años 70, andaba en el clavón de sus truenes con Sara, madre de cuatro de sus hijos, y en su gran circo de la Rolling Thunder Revue (1975). De esa crisis datan algunas de sus mejores baladas eléctricas.

Siempre fuera de sinc (por adelantado, anacrónico o perdido, según el público), sigue fiel a su propio reloj. Las modas no son su problema. Cuando en los años 80 se hizo cristiano y le dio por la vida eterna, la gracia del Señor y defender al Papa, y lo queríamos matar, él no descuidó el filo de ironía en sus letras, y con su coro y su banda de virtuosos emprendió una magistral refundación del gospel pasado por reggae que algún día se le reconocerá. Cuando la onda era el grunge, y el metal se astillaba por los aires, Dylan salió con Under the red sky (1990), el mejor disco de blues de su carrera, en colaboración con Don Was y Stevie Ray Vaughan.

En dos momentos distintos, dos amigos y devotos dylanianos me regalaron “el nuevo disco” por no tirarlo a la basura. Ambos eran en vivo. Uno, el doble con The Band (1974); el otro, el extravagante concierto del Budokan, en Tokio (1979). Dos de los muchos momentos en que cambió de voz, tono y sonido para dar un paso más allá.

Lo han comparado con el coyote indio. Animal público, sabe desaparecer. Lo hizo en Woodstock hace 40 años. Durante los 80 y 90 sustrajo de la chismografía su matrimonio con la estupenda corista Carolyn Dennis, con quien compartió el escenario 11 años. En su permanente deconstrucción de su personaje histrión aullante y sardónico, da lecciones de invisibilidad. Si el mensaje es bueno, el mensajero no importa. Lo cual es falso, pues nadie canta como Bob Dylan.

Podemos creerle, o no, cuando dice que sus músicos actuales “son la mejor banda que he tenido”. En boca de otro sonaría presuntuoso. En la suya parece un chiste. Para él desfilaron los más grandes bluseros de estudio, jazzistas, countrymen, tres de los cuatro Beatles, la mitad de los Rolling Stones, Daniel Lanois, Greatful Dead, Johnny Cash, Joan Baez, The Alarm y un kilométrico etcétera. De su establo salieron al menos tres bandas trascendentes: The Electric Flag, The Band y Dire Straits.

En los años 90 rompió la costumbre de sólo autointerpretarse y grabó (guitarra, armónica y el mejor momento cavernoso de su voz) la colección folclórica Good as I been to you (1992), y los magistrales blues prehistóricos salidos de su colección de discos de 78 revoluciones, World gone wrong (1993). Por supuesto, nadie esperaba eso de él.

Inicia nueva trilogía

Ahora que la crítica celebra Modern Times, los dylanólogos decidieron que “culmina” una supuesta trilogía con sus álbumes precendentes de estudio: Time Out of Mind (1997) y Love and Theft (2001). Él, faltaba más, disiente. En entrevistas asegura que Modern Times es el primer disco de una nueva trilogía. A sus 66 años, está apenas comenzando.

La frondosidad verbal que lo iluminó en los años 60 quizás no volverá, pero su facilidad sigue intacta. Se cuenta que a principios de los 80 coincidió en un café de París con Leonard Cohen (quien siendo novelista y poeta de fama, hacia 1967 había decidido imitar a Dylan y cantar) y le preguntó cuánto tardó en componer Hallelujah, su canción más conocida. Cohen dijo: “Cuatro o cinco años”, y por corresponder preguntó a Dylan cuánto le tomó escribir la notable I and I. Éste respondió sin piedad ni pudor: “15 minutos”.

El Gran Camaleón pudo ser un gran narrador, pero ya la novela Tarántula (1966), y su autobiografía en curso Crónicas (2005) lo ponen al lado de Miller y Kerouac. Pudo ser cineasta, pero sólo rodó la injustamente incomprendida Renaldo and Clara (1978, guión suyo y de Sam Shepard). O actor, pero no pasó de Pat Garret and Billy the Kid (Sam Pekinpah, 1973), y alguna otra. Pudo fundar una religión, o encabezar la Revolución, pero él prefirió ser Bob Dylan. Por eso lo regañamos tanto.

jueves, 21 de febrero de 2008

Michel Onfray, el filósofo francés que desafía a los círculos académicos

Michel Onfray, el filósofo francés que desafía a los círculos académicos

Disconforme con el modelo educativo tradicional, creó una universidad donde no toman exámenes ni dan títulos. Sus textos combinan la filosofía con la gastronomía, la religión, el anarquismo y la búsqueda del placer. Por: Héctor Pavón

EXITOSO. EN FRANCIA, SU "TRATADO DE ATEOLOGIA" VENDIO 200 MIL EJEMPLARES. AQUI CADA VEZ TIENE MAS LECTORES.


Hay una universidad en la ciudad de Caen, Francia, donde un filósofo llamado Michel Onfray dicta clases ante auditorios masivos. No son alumnos tradicionales, son personas que van a la universidad a aprender sin buscar títulos sino saberes finamente seleccionados. Ese espíritu es el que rige la escritura de este pensador que se mantiene alejado de los círculos académicos, a los que suele defenestrar. Produce textos libres que combinan filosofía con gastronomía, religión, anarquismo, historia y la búsqueda del placer, entre otras disciplinas y ocurrencias.

Muchos de esos libros (escribió más de cuarenta) se han editado aquí o importado y se leen apasionadamente. Tan sólo durante el año 2007 se publicaron cuatro: La filosofía feroz (Libros del Zorzal); La potencia de existir. Manifiesto hedonista (De la Flor); El cristianismo hedonista. Contrahistoria de la filosofía II y Las sabidurías de la antigüedad (Anagrama). Hay un interés creciente en su pensamiento y en su actitud antiintelectual que seduce y multiplica lectores argentinos.

En los 90 algunos de sus libros comenzaron a circular: La razón del gourmet y El vientre de los filósofos, por ejemplo. Esa ocurrencia de analizar desde la filosofía los hábitos culinarios llamó la atención y su nombre comenzó a circular en librerías, facultades y círculos de discusión filosófica por fuera de las universidades. Después se conoció un muy entretenido libro sobre la vida de los filósofos cínicos y de Diógenes en particular, Cinismos. El ateísmo y el hedonismo son los temas que ocupan su pensamiento desde siempre.

El libro Tratado de ateología vendió 200 mil ejemplares sólo en Francia y también provocó reacciones subidas de tono por parte de todo tipo de grupos religiosos. Se publicaron tres libros que intentaban rebatir sus postulados y también se abrió un blog titulado "Contre Michel Onfray". Allí hacen cola intelectuales y creyentes en general para pegarle a Onfray. Dice el blog: "Michel Onfray, nacido en 1959 (después de JC) pretende desquiciar todo. Inspirado en las corrientes de ideas marxistas y nietzscheanas, predica la descristianización. Sus propuestas son virulentas, cultiva el desprecio, propaga ideas calumniantes y blasfemas". Se podría decir que también se encargó de historizar el placer o su carencia. El suyo también es un camino para fustigar al cristianismo y al mismo tiempo rescatar, en El cristianismo hedonista, a santos heréticos y sabios licenciosos cristianos que participaron de banquetes sexuales.

Onfray tuvo una infancia muy dura, sin familia. Gracias a la filosofía se repuso de un duro comienzo: "La filosofía me permi tió sobrevivir a la tragedia que fue para mí ser enviado a un orfanato por mis propios padres cuando yo tenía diez años. Los libros, la lectura me salvaron en ese momento y después, me garantizaron la salvación nuevamente en mi adolescencia, cuando la filosofía funcionó en mí como el sentido, la verdad, la certeza, la razón que nadie me había transmitido: creo que la filosofía es una terapia, lo que siglos de filosofía mostraron, siempre que no fueran cristianos...", dice desde Argentan, su ciudad natal.

Onfray utiliza una ametralladora de ideas. Son metrallas tan celebradas como resistidas. Lectores apasionados como enfurecidos lo leen.

CAUSAS Y SOLUCIONES DE LOS “PROBLEMAS DE SEGURIDAD”

CAUSAS Y SOLUCIONES DE LOS “PROBLEMAS DE SEGURIDAD”

“El hambre no tiene tácticas moderadas”

“Se puede buscar en el inconsciente todo tipo de secretitos sucios, pero muchas veces están a flor de piel”, observa Eduardo “Tato” Pavlovsky, y examina las causas y respuestas al delito a partir de los sucios, evidentes secretos de la sociedad.



Por Eduardo Pavlovsky

El flamante ministro de seguridad provincial, Carlos Stornelli, prometió en sus primeras declaraciones “más poder de fuego” para la Bonaerense como forma de solucionar los problemas de seguridad. También se refirió a las muertes ocasionadas por “delincuentes incorregibles”. Su prolífico programa se acerca a las ideas de ese pobre individuo iluminado que es Juan Carlos Blumberg, quien afirmaba que el Manhatan Institute era el lugar apropiado para poder solucionar los problemas de inseguridad social. De esa institución surgió William Bratton, que fue jefe de la policía de Nueva York y el verdadero arquitecto de las medidas ultrarrepresivas que puso en marcha el alcalde Rudolph Giuliani, ambos fueron los padres de la la “tolerancia cero”. Estuvo dos veces en Buenos Aires –para vender los servicios de su empresa privada de asesoramiento–. Manifestó que la desocupación no está relacionada con el delito, y terminó su conferencia afirmando que la causa del delito “es el mal comportamiento de los individuos y no la consecuencia de condiciones sociales”.

En cambio, Adam Crawford, en su libro Prevención del crimen y seguridad de la comunidad. Políticas, policías y prácticas, afirmaba que sería más exacto describir las formas de actividad policial realizadas en nombre de la “tolerancia cero” como estrategias de “intolerancia selectiva”.

Yo creo que ciertas afirmaciones de algunos funcionarios revelan la profunda ignorancia sobre ciertos temas, las complejidades que esos temas abarcan. Son problemas de alto nivel de complejidad. El 47 por ciento de la población afirma que la inseguridad es el principal problema por el que atraviesa la ciudadanía. Para el 15 por ciento, la pobreza se sitúa en cuarto lugar, como un tema de menor importancia. La distribución desigual de la riqueza nunca fue tan grande; la brecha entre los más ricos y los más pobres se ha tornado más amplia que nunca.

Pero es cierto que todas las clases sociales se sienten afectadas por una gran inseguridad. Desde los barrios privilegiados de los countries, pasando por los departamentos de la clase media, hasta la violencia en las villas, donde el pobre le roba o mata al indigente. O, en otros términos, el pobre le roba al miserable. Todos tenemos miedo, los ricos, la clase media y los pobres e indigentes.

Pareciera simple pensar que la inseguridad se ha vuelto tan trascendente. La inseguridad afecta todo lo que es nuestro, nuestra casa, nuestros hijos, nuestra mujer, nuestro marido. Es difícil zafarse de este miedo infernal que nos involucra a todos y que es primordialmente miedo al ataque a nuestro cuerpo y sus prolongaciones: familia y bienes. Todo lo mío. Todo lo que es mío. Allí no se diferencian las clases. Libido narcisista.

Pueden robarme o matarme en mi casa, en mi country, pero también pueden saquearme mi departamento en Caballito, que tanto me costó comprar. O un hijo muerto. O un hijo secuestrado. Una señora que vive en una villa decía que no podía comprar alimentos en ciertos almacenes porque después no podría llegar a su casa, porque había gente que la podría atacar o matar para sacarle esos alimentos que eran más caros y mejores.

Agreguemos a esto toda la violencia del narcotráfico.

El problema de la pobreza es diferente. No se sufre del mismo modo. Es posible que con la pobreza exista menos empatía. Ver un niño sacando alimentos de la basura es generalmente algo que ocurre fuera de mí. Lo observo, puedo sentir pena, pero no me afecta como la inseguridad. No es peligroso. El problema ocurre fuera de mi cuerpo. Si existe una protesta por la pobreza infantil, se verá un grupo de piqueteros. “Pero el fenómeno es la inseguridad. Eso sí me afecta.” Eso sí me produce temor. Eso sí no me deja vivir. Un niño pobre no me afecta. Es un problema de otro, que me apena. Libido objetal. Me acostumbro. No es prioridad. A pesar de que podría pensar que esa pobreza y desigualdad social podrían ser vectores de la misma inseguridad que temo.

Poder de fuego

Leonardo Iurcovich –secretario de Comisión de la Economía del Centro Argentino de Ingenieros– advierte que “la sociedad no puede desentenderse del fenómeno de la pobreza. Es una responsabilidad colectiva”, y agrega estos datos: “El 49,5 por ciento de la población de menos de 14 años es pobre, el 20 por ciento es indigente”.

Los pobres no pueden garantizar aspectos esenciales para la vida y la dignidad humana: alimentación, salud, vestido, vivienda. Uno de cada cinco niños tiene problemas de desnutrición en el Gran Buenos Aires. Dice Iurcovich: “En nuestro país no faltan alimentos ni platos, ni maestros ni médicos. Lo que falta es voluntad política, imaginación institucional, comprensión cultural, fundamentalmente ganas de construir una sociedad que asegure a cada niño argentino las oportunidades vitales para que se desarrolle con salud y pueda crecer con dignidad; no con subsidios”.

Entonces, menos “poder de fuego” y más alimentación para los niños. En nuestro país existen tres generaciones de desempleados y gravísimas lesiones neurológicas en los niños subalimentados. Esto es irreparable, observó el médico especialista en nutrición infantil Alejandro O’Donnell.

Existen grandes cantidades de muertes en la infancia que podrían ser reparables de existir una medicación adecuada. Acá podemos seguros afirmar que los únicos privilegiados no son los niños.

En el país hay casi 400.000 jóvenes de entre 18 y 24 años que no estudian ni tampoco trabajan. 600.000 jóvenes aún no consiguieron trabajo, sin descuidar a los otros, los que completan el millón, “para que no queden expuestos en la calle a los inescrupulosos que sólo tienen para ofrecerles el cóctel del delito, explotación y hasta muerte, hay doce veces más de pobres que aguardan la oportunidad de una vida nueva. Esta es una causa grande” (José María Pasquini Durán). Creo que debe ser causa prioritaria en el país como problemática de existencia y justicia social.

En ese sentido y todavía, los piqueteros son la expresión diaria y visible de los “nuevos petisos sociales”: de los niños muertos de hambre por día, de los enfermos sin tratamiento posible, de las bocas desdentadas, de las caras famélicas de los menores buscando alimentos en la basura, de la falta de higiene, de los daños neurológicos irreparables de un sector de la población que ya no podrá “pensar” más por no recibir la alimentación adecuada en sus primeros años, de la promiscuidad y el hacinamiento, de los niños con panza por raquitismo, del marasmo, de los 1400 niños que entran por día en nuestro país en la más absoluta indigencia. Grito ensordecedor de los desdentados. Todo eso expresan los desocupados. La Argentina “deforme”, la Argentina monstruosa: la Argentina de la desigualdad social más importante en Latinoamérica.

Vemos sólo lo manifiesto en la protesta y las molestias causadas, pero tenemos que “reprimir” al otro país monstruoso: nuestra propia monstruosidad; reprimir, en el sentido freudiano.

Hambre tiene hambre

El hambre no tiene tácticas moderadas.

El hambre tiene hambre.

Lo que se “reprime” es la inhumanidad del hambre.

La exclusión social es la gran fábrica de producción delincuencial, dice Pierre Bourdieu en La miseria del mundo. Agrega además las tácticas policiales contra la exclusión social, “denuncia de las violencias urbanas”, rastrillaje sistemático de los barrios considerados sensibles, represión acrecentada de los jóvenes y hostigamiento de los sin techo. Toque de queda y tolerancia cero, aumento continuo de la población carcelaria, vigilancia punitiva de los sectores que reciben ayuda estatal. En todas partes, tanto en los países desarrollados como en los que aspiran a serlo, se hace sentir la tentación de apoyarse en las instituciones policiales y penitenciarias para dominar los desórdenes engendrados por la desocupación masiva. Imposición del trabajo asalariado precario y achicamiento de la protección social. El sentido común punitivo elaborado en Estados Unidos por una red de think tanks neoconservadores se internalizó, con el auspicio de la ideología económica liberal de la que es la traducción en materia de justicia. Estados Unidos optó claramente por la criminalización de la miseria como complemento de la generalización de la desigualdad social y salarial.

Louis Wacquant –del equipo de Bourdieu– describe el fenómeno de los barrios del cinturón negro de Chicago. La miseria aplastante de este enclave vaciado de toda actividad económica, y del que el Estado –con excepción de sus componentes represivos– virtualmente se ha retirado, es una de las causas fundantes del deterioro social.

Política urbana de abandono concertado por parte del Estado norteamericano en forma paulatina desde 1960.

Según Wacquant, este capitalismo de saqueo, del que el tráfico de drogas constituye la punta de lanza, es una de las principales causas de la pandemia de violencia que afecta al ghetto. De este marasmo social surge el “hustler profesional”, término intraducible, al que podríamos aproximarnos con nociones como “rebusque”, “astucia”, “chanchullo”, “timo”, “ratería” “robo de arrebato”, con todo tipo de implicación en la droga.

Uno tiene que vivir y hacer vivir a los suyos, debido a la insuficiencia crónica de las entradas obtenidas con el trabajo o la nula ayuda social. Entonces, todas las familias deben tener un hustler para la sobrevivencia. La inteligencia callejera del hustler es el único bien otorgado a todos. Es la única creación de la comunidad sumergida. El hustler es el efecto de llevar al extremo una lógica de exclusión socioeconómica que afecta a todos.

El hustler, según Waquant, expresa una táctica económica de autopreservación frente a un orden de dominación tan brutal y tan despiadado. Se ha vuelto obvio y necesario en la comunidad del cinturón negro que agrupa a 70.000 personas hacinadas promiscuamente.

Al ser la exclusión social parte del orden de las cosas, se produce un fenómeno de privación de la conciencia de la exclusión. Entre nosotros, este fenómeno se explica con un sentimiento de resignación. La exclusión entre los excluidos también se ha vuelto natural y obvia. La subhumanidad los ha alcanzado. El subdesarrollo de los recursos humanos se ha interiorizado como normal.

El bombardeo mediático se refiere siempre al problema de la inseguridad. Allí se juntan todos, para hacer patria. Pero en Chicago los hustler fueron generados por la falta de empleo –y de ayuda estatal– desde 1960.

El capitalismo produce, según Jaime Petras, corrupción, miseria y tremenda desigualdad social.

En Mitos y realidades sobre la criminalidad en América latina, Bernardo Kliksberg identifica la desocupación juvenil como la principal causa de la crisis de seguridad. Uno de cada cuatro jóvenes latinoamericanos no estudia ni trabaja y sólo el 40 por ciento terminó la escuela secundaria.

En una visión de conjunto, las causas de la epidemia de criminalidad no son misteriosas. La región ha visto en las últimas décadas la agudización de los problemas sociales y de las desigualdades. Ello ha multiplicado los factores de riesgo de la delincuencia. La imposibilidad de ingresar en la vida laboral, la baja educación y las familias desarticuladas crean un inmenso grupo de jóvenes expuestos.

Mareros

Cuando uno sugiere que el subdesarrollo incide en el crecimiento de la delincuencia, la derecha suele responder de dos modos: 1) “No vamos a repartir la pobreza” (Carlos Menem); 2) “No todos los pobres son delincuentes”. No, pero están dadas las condiciones para que puedan serlo, bajo las tremendas desigualdades sociales que habitan hoy el país.

Sólo hace 20 o 25 años hemos comprobado que pertenecemos al continente latinoamericano. Buenos Aires era una típica ciudad europea, con los típicos problemas europeos. Hoy ya somos latinoamericanos, con las profundas desigualdades sociales que en todo el continente conducen a la violencia cotidiana.

Pero aun así, y cuando la inseguridad se ha tornado “el problema más importante”, la situación argentina no es tan tremenda. ¿Lo sabemos?

La tasa de homicidios, 6,8 por cada 100.000 habitantes, es casi cuatro veces inferior al promedio regional: cinco veces menor que la de Brasil y Venezuela, 12 veces menor que la colombiana y levemente superior a Chile y Uruguay.

Los países más inseguros de la región son los centroamericanos –Honduras, Guatemala y El Salvador–, golpeados por la combinación explosiva de pobreza extrema y desigualdad social. Ultimamente se han sumado los Maras, un fenómeno centroamericano cuyo inicio se vincula con los pandilleros de origen centroamericano nacidos en California y luego deportados por Estados Unidos. Ante la crisis, los gobiernos recurrieron a una secuencia de respuestas represivas in crescendo. Las leyes se han puesto en línea con los reclamos populares de mano dura, con penas que harían las delicias del señor Blumberg. En los tres países la edad de imputabilidad bajó a 12 años. En Honduras, en 2004, el Código Penal fue reformado para incluir penas de hasta 10 años de prisión por el solo hecho de llevar un tatuaje identificable con una pandilla. En El Salvador se permite encarcelar por marero a todo el que se reúna habitualmente, haga señas o tenga símbolos mareros. Pero en todos los casos la inseguridad sigue creciendo; en 2006, la tasa de homicidios en Centroamérica duplicó la de América latina: 43,4 contra 25 por cada 100.000 habitantes.

¿Qué reacción?

Daniel Scioli restituyó la figura del jefe de policía, anunció más agentes en la calle y elogió a la Bonaerense. La experiencia internacional demuestra que el gobernador tiene altas chances de quedar defraudado, tal como lo señaló José Natanson, en Página/12, el pasado 4 de febrero.

Silvina Gvirtz, directora de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés, se refiere al problema ocasionado por el retiro del Estado en políticas sociales. Dice que la salud de los niños en edad escolar pasó a depender de la capacidad de demanda de las familias. La capacidad de demandar está desigualmente distribuida. Hay familias que carecen de dinero para acercarse a los centros de salud, como también familias que no saben detectar síntomas prevenibles. De modo que los centros de atención primaria y los hospitales no reciben a todos los niños que necesitan cuidado, sino sólo a los que pueden acercarse. Esto es un síntoma de la desigual distribución de la riqueza, que deja marcas desde la infancia.

No son raras, dice la autora, las jurisdicciones en las que los ministerios de Salud y Educación no tienen mínimo contacto. Esto da como resultado que, en los sectores más pobres, haya una niñez con problemas odontológicos, desnutrición, obesidad, falta de vacunación completa. Los chicos necesitan que vuelva el Estado benefactor, para recuperar la universalidad y periodicidad de las libretas sanitarias y odontológicas.

Cuba es un país pobre en general, pero la igualdad de todos los niños en salud y educación –ambas excelentes– transforma la infancia en un lugar de privilegio. Existe una excelente información para poder recurrir adonde los niños necesiten. No hay desigualdades sociales. El pueblo cubano está igualitariamente informado para poder recurrir a los lugares de atención.

Entre nosotros, en los sectores más pobres e indigentes, se carece también del capital simbólico que les permitiría solicitar la ayuda conveniente.

Pero los medios de información masivos dan muy poco espacio a los problemas de la pobreza e indigencia en la niñez. Cubren, en cambio, con primordial atención, las noticias de los accidentes y de los robos. Que mueran de hambre cinco chicos por día en la Argentina es menor noticia que los graves accidentes en nuestras rutas, sufridos por la gente que puede salir a veranear. El accidente es más espectacular, pero es mucho más grave la indigencia en la infancia. Dos de cada cinco menores están bajo el nivel de pobreza.

La mortalidad infantil en el país es del 16 por mil (duplica la de Chile). En Formosa, el 28 por mil; en Corrientes, el 24 por mil. Pero atendamos a cifras de la Capital Federal: en Villa Lugano la mortalidad infantil es del 10 por 1000 bebés, mientras que en Villa Devoto es de cuatro por 1000: la desigualdad social es altísima. El sur de la ciudad está postergado y sus habitantes disfrutan de muchos menos servicios que los del norte. Lo curioso es que esas diferencias se agravaron en los últimos años. Dos tercios de las muertes de los niños menores de un año en Villa Lugano podrían reducirse mediante la promoción social y la atención médica. Se suma a ello la cantidad de personas que viven en hacinamiento –21 por ciento–, en viviendas precarias –12 por ciento– y los estragos que provoca la deserción escolar: 12 por ciento de los mayores de 25 años no terminaron la primaria (datos recogidos en el Anuario Estadístico 2006 y la Encuesta Anual de Hogares, que la Dirección General de Estadística y Censos porteña realiza cada año Claudio Savoia). Estas cifras muestran los peores indicadores de la ciudad. Louis Wacquant diría que son un caldo para la delincuencia, de niños, adolescentes y adultos.

Yo pregunto: los datos de la desigualdad social entre Villa Lugano y Villa Devoto, ¿qué reacción provocan al ser leídos por los protagonistas de cada uno de esos barrios?

Secretitos sucios

Es interesante recordar algunas consideraciones de Wacquant (Las cárceles de la miseria) sobre el espíritu que inspiraba a la Fundación Manhattan, la de la “tolerancia cero”, la institución norteamericana que visitó Blumberg en su momento de apogeo y donde recibió asesoramiento y subsidios para sus viajes. Creo que los políticos que apoyaron el viaje de Blumberg ignoraban el espíritu lombrosiano de esa institución. A veces no son mala gente los políticos; diría que la mayoría son ignorantes y poco preparados.

Veamos algunos párrafos, citados por Wacquant, de las bases de la Fundación: “Tenemos que alzar la voz y corregir una tendencia insidiosa, consistente en atribuir el delito a la sociedad más que al individuo. Creemos, como la mayoría de los norteamericanos, que podremos empezar a construir una sociedad más segura si nos ponemos ante todo de acuerdo en que la sociedad en sí misma no es responsable del crimen: los criminales son responsables del crimen”; “Es importante decir que ya no toleramos las infracciones menores. El principio básico en este caso es decir que sí, es justo ser intolerante con los sin techo”; “Se designa a las personas como ricas si tienen modales convenientes y responsables y como pobres en caso contrario. Ninguna reforma estructural de la sociedad puede modificar esas identidades, porque en la nueva política de hoy en día la cualidad decisiva de una persona es la personalidad y no el ingreso o la clase social”; “La gran fractura de nuestra sociedad no es la que separa a los ricos de los menos ricos, sino a quienes son capaces y quienes no son capaces de ser responsables de sí mismos”; “Los gobernantes se rinden progresivamente a la evidencia. Hay que desarrollar la gestión sobre el terreno, en la proximidad de los problemas, reforzar las brigadas policiales para menores e intensificar la formación de policías, responsabilizar penalmente a los padres y sancionar de manera sistemática, rápida y legible cualquier acto delictivo de un menor”.

A veces se busca en el inconsciente todo tipo de secretitos sucios. Pero muchas veces están a flor de piel. Sólo que hay que informarse.

No es, entonces, dar mayor poder de fuego a la Bonaerense la solución de los problemas de inseguridad.

sábado, 16 de febrero de 2008

Destruirán un satélite que podría caer en marzo

Destruirán un satélite que podría caer en marzo

Es un artefacto espía de EE.UU. que se halla fuera de control
Sábado 16 de febrero de 2008 |




WASHINGTON.- El presidente George W. Bush ordenó ayer destruir con misiles un satélite espía norteamericano que se encuentra fuera de control y que, de seguir su rumbo actual, impactaría contra la Tierra, según se estima, el 6 de marzo próximo.

El vicejefe del estado mayor conjunto norteamericano, James Cartwright, informó ayer que el verdadero problema es el combustible del tanque del satélite, denominado hidracina, un gas con un alto grado de toxicidad.

Según detalló la embajadora permanente de Estados Unidos ante la Conferencia de la ONU sobre el Desarme, Christina Rocca, el plan del Pentágono es disparar tres misiles desde naves de la marina del norte del océano Pacífico, que deben destruir el satélite antes de que ingrese en la atmósfera terrestre.

De fallar el operativo militar, la diplomática dijo que es imposible precisar de antemano el lugar exacto en el que caería el satélite. "Podría ocurrir en cualquier región de la Tierra entre los 58,5 grados latitud norte y los 58,5 grados latitud sur", indicó. "Queremos destruir el satélite de manera que sus piezas se quemen antes de caer a la Tierra", precisó Cartwright.

El satélite espía L-21 pesa más de dos toneladas, tiene el tamaño de un pequeño ómnibus y fue puesto en órbita en 2006. Sin embargo, poco después, un inconveniente en la computadora de a bordo cortó todo tipo de comunicación y dejó el aparato a la deriva.

El momento para derribar el satélite será elegido en función de "maximizar la posibilidad de impactar en el tanque de combustible y asegurar que los trozos resultantes ingresen rápidamente [en la atmósfera] y no pongan en peligro otros satélites ni operaciones espaciales específicas", precisó Rocca.

Si los misiles fallan, adelantó Rocca, Estados Unidos proporcionará toda la asistencia necesaria a los gobiernos de países cuyos territorios resulten afectados por la caída del aparato. Asumiría además la responsabilidad de cualquier daño causado por el satélite, como lo establece el Convenio Internacional sobre Responsabilidad de Daños Causados por Objetos Espaciales, de 1972.

Si hay trozos del satélite que caen en países extranjeros, "Estados Unidos desearía recuperarlos", dijo Rocca.

Ante la inquietud que generó la noticia, el vocero del Departamento de Estado, Sean McCormack, desmintió que Washington intentara proteger secretos tecnológicos del aparato espía o que trate de demostrar su capacidad para destruir satélites en el espacio, como hizo China en enero de 2007, cuando abatió un viejo satélite meteorológico chino con un misil. Según el vocero, la misión china "fue específicamente diseñada como un test [para probar] la habilidad para destruir el satélite", mientras que la misión estadounidense es "un intento para tratar de proteger a la población en tierra".

No obstante, científicos de todo el mundo expresaron su sorpresa ante la decisión norteamericana. "No es la primera vez que un vehículo entra [en la atmósfera con una reserva de hidracina]", dijo el director del Centro Espacial de Francia, Marc Pircher. Añadió que, si bien la hidracina es relativamente tóxica, también es bastante inestable, por lo que se descompone a unos cuantos centenares de grados Celsius y se transforma en un gas inofensivo.

A fines de enero, Estados Unidos descartó que la caída del satélite fuera un peligro para zonas pobladas y señaló que el aparato se desintegraría al entrar en la atmósfera.

En 1985, un avión F-15 de la fuerza aérea estadounidense derribó un satélite de su país, durante una prueba militar. El mayor satélite norteamericano que cayó sobre la Tierra fuera de control fue el Skylab en 1979, cuando centenares de piezas de la estación espacial de casi 80 toneladas aterrizaron, afortunadamente sin provocar daños, sobre el océano Indico y una parte desolada del oeste de Australia.

Agencias AP, AFP y ANSA

jueves, 14 de febrero de 2008

SOBRE EL ARTE, EL TIEMPO, LA MUERTE

SOBRE EL ARTE, EL TIEMPO, LA MUERTE

“Soy un gran mentiroso”

Por Federico Fellini *

Nunca veo mis películas, pero me sucedió de ver una fotografía o un fragmento de una película mía en televisión, Casanova o Satyricon, y preguntarme en forma espontánea: “¿Quién hizo esto?”.

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Cuando hago mi trabajo, cuando soy cineasta, soy poseído. Un oscuro morador, que no conozco, toma las riendas, dirige todo en mi lugar. Yo pongo a su disposición sólo mi voz, el sentido artesanal, mi intento de seducción, de plagio o de autoridad. Pero es otro realmente. Otro con quien convivo, que no conozco en forma directa, sólo de oído.

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La memoria es un componente misterioso, casi indefinido, que se relaciona con algo que quizá no recordamos, pero que nos empuja a entrar en contacto con dimensiones, con sucesos, con sensaciones que no sabemos definir, pero que sucedieron.

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Mi inclinación natural fue inventar una juventud, una relación con la familia, las mujeres, la vida. Creo que siempre inventé. Pera mí son más ciertas las cosas que no ocurrieron pero que inventé. Así sucedió con la ciudad donde nací, donde pasé mi juventud y estudié: se fue alejando para dejar lugar a la Rimini de las películas en las que hablé de ella: I Vitelloni, Amarcord. Ahora me parece que esas dos, que representan una Rimini reconstruida, pertenecen más a mi vida que la Rimini topográficamente comprobable como una pequeña ciudad de la costa adriática. Soy un gran mentiroso, ésta es la conclusión.

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Un film, aunque sea muy complejo de realizar y requiera mucho tiempo, puede existir en una sensación, en una sospecha, en una anticipación que puede ser una luz, un sonido. Una obra de arte pudo ser anunciada a su autor aun por un perfume. La vida entera puede ser sugerida por el temblor de una hoja.

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No creo que exista la posibilidad de trazar una línea divisoria nítida entre el pasado, el presente y el futuro; entre el recuerdo de lo sucedido y lo imaginado. No creo que quien eligió la profesión o siguió la vocación de contar historias pueda distinguirlo cuando crea un pequeño universo. Esta creación es total; es un universo completo en el tiempo, no sólo en la descripción del lugar y de los personajes; también el tiempo es inventado.

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No creer es una fatiga. Es bloquearse, construirse barreras, límites. En cambio, creer pertenece al sentimiento vago del que habla, y ésta es una nota fundamental en la que me reconozco, la espera. También creer es parte de una espera. Y no quiero darle una atmósfera mística a esta declaración: me refiero a un estado cotidiano, un estado de ánimo en el que el sentimiento de espera nunca me abandonó. Si usted me pregunta qué espero, me incomodaría.

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Proyectamos sobre la mujer ese sentimiento de espera, como de una revelación; la llegada de un mensaje, un poco como aquel personaje de Kafka que esperaba el mensaje del emperador. La mujer puede ser la emperatriz que envió hace miles de años un mensaje, y está bien que no haya llegado nunca. Porque me parece que el gusto de la vida reside en la espera del mensaje y no en el mensaje mismo.

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Il viaggio di G. Mastorna es un proyecto que en estos últimos treinta años, al final de cada film, parece querer decirme: “Esta vez me toca a mí”, “Esta vez me realizarás”. Siempre lo postergué y lo sigo postergando, pero no la historia, sino la atmósfera, algo íntimo, secreto de este film, terminó colocándose y nutriendo todos los films que realicé después. Hay algo de Mastorna en Satyricon, en La Città delle Donne, incluso en Casanova. Mastorna es como los restos de un naufragio que desde las profundidades envía una radiación, sin perder nada de su integridad como idea o relato. Aún sigo con la ilusión de hacerlo.

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La vida, abandonada a sí misma, parece sin sentido, insignificante, monstruosa. El arte, en cambio, es algo que reconforta, que tranquiliza. El arte relata la vida en términos sumamente protectores. Nos hace reflexionar sobre la vida, que de lo contrario sería sólo un corazón que late, un estómago que digiere, pulmones que respiran, ojos que se llenan de imágenes sin sentido.

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Desde cierta edad, el pensamiento de la muerte siempre está presente, pero por fortuna tengo un mecanismo psicológico particular por el cual los disgustos, temores, miedos, deudas, obligaciones, se transforman en material de un relato. Creo que éste es el “cinismo afortunado del tipo creativo”: pensar haber nacido sólo para contarlo a los demás. Las obras de un autor pueden ser testigos, en el transcurso de la vida, de los diversos estadios, la decadencia física, la vejez que avanza, la posibilidad de desaparecer, de no existir más, de no hacer más entrevistas, de no estar más rodeado de amigos venidos de lejos, que esperaron tanto.

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De la muerte se habla sólo literariamente. Ni siquiera en serio. Podemos imaginar miles de cosas, leer tantos testimonios. Pero pienso que es algo de lo que nunca podremos adueñarnos.

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No tengo la sensación del tiempo que pasa. Me parece estar detenido en un escenario con todas las cosas listas alrededor: objetos de escenografía, cuadros, personas, sentimientos, colores. Y siempre fue así. Desde que comencé a vivir mi existencia identificándola con el cine es como si el tiempo se hubiese detenido. Me parece que es siempre el mismo día. Siempre estuve en un teatro, con un megáfono en la mano, gritando, haciéndome el charlatán, el payaso, el jefe de policía, el general. Y los recuerdos de estos últimos cuarenta años están siempre presentes. Estoy rodeado de oscuridad y de luz. Oscuridad arriba y luz alrededor. Y, luego, una serie de sombras que hay que acomodar. Me parece que mi vida existió, se consumió y se sigue consumiendo en estas imágenes.

* Del documental Soy un gran mentiroso, realizado por Damián Pettigrew. Fragmentos de este film fueron proyectados en el Encuentro Internacional Cornelius Castoriadis, que se efectuó en Buenos Aires el año pasado.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Científicos y escritores se unen para dar voz al medioambiente

Científicos y escritores se unen para dar voz al medioambiente


Ecoportal.net

Esta red internacional, integrada por un centenar de personas, nació el año pasado en la celebración de unas jornadas de reflexión medioambientales organizadas por la ONG Mare Terra de la Fundación Mediterránea en la ciudad de Granada, en Nicaragua.
Las conclusiones de este encuentro, así como el manifiesto resultante, se resumen en un libro presentado hoy por algunos de miembros de esta plataforma, entre ellos su autor, Juan José Ruiz, quien ha explicado que el libro sirve para "lanzar la filosofía" de esta red, la unión de la palabra y la ciencia para contar y proponer soluciones a los grandes retos del Planeta.

Allí, poetas como Ernesto Cardenal (Nicaragua), líderes en la defensa del indigenismo como Sydney Posuelo (Brasil), economistas como Guillermo Bown (Chile) o divulgadores como Ricardo Aguilar, Arturo Larena o Joaquín Araújo alzaron su voz para reclamar compromisos reales por parte de gobiernos, empresas y ciudadanos.

El resumen de estas peticiones y la declaración de intenciones de la red se recogen en "El manifiesto de Solentiname", en alusión al archipiélago nicaragüense.

En él defienden, entre otras cuestiones, que los gobiernos promuevan acciones destinadas a promover la igualdad de género, fomentar la creación de una asociación mundial para el desarrollo, reducir la mortalidad y explotación infantil o impulsar el comercio justo.

Según ha explicado el periodista medioambiental y delegado de la agencia Efe en Galicia, Arturo Larena, el objetivo final es que el manifiesto llegue en mano a líderes y partidos políticos, así como a científicos y expertos mundiales que pueden "llamar la atención de los gobiernos".

"Cuantos más seamos, más capacidad de influencia tendremos", han insistido el presidente de la Fundación Mare Terra, Angel Juárez, la coordinadora del encuentro en Nicaragua, la coruñesa Lola Pereira, y el director de proyectos de investigación de la ONG Oceana, Ricardo Aguilar.

Pereira ha anunciado la celebración en Santa Tecla (El Salvador), entre el 5 y el 8 de marzo, de las primeras jornadas de trabajo de la red de Escritores por la Tierra que tendrán como ejes fundamentales de trabajo el agua y la mujer, "pues es el momento de hablar de ellas, que son las que están cambiando Latinoamérica".

Además de los citados integran la red de Escritores por la Tierra el ex director de la UNESCO Federico Mayor Zaragoza y músicos y compositores como Manuel Obregón, Ramón Mejía Gobdoy, Eduardo Sosa o Luis Enrique Mejía Godoy.


MÁS DATOS SOBRE LA RED:
http://mareterra.info/red/index.html

martes, 12 de febrero de 2008

La cocaína y la ciencia

La cocaína y la ciencia


Por Adrián Paenza

Algunas preguntas:

¿Cuánta cocaína se consume por día en la Argentina?

¿Cómo varía por ciudad?

¿Qué diferencia hay en el consumo, entre los días laborables y fines de semana?

¿Cómo incide el poder adquisitivo?

¿Cuánto dinero involucrado hay?

¿Cómo varía con el tiempo?

Podría seguir, pero prefiero parar acá, aunque le pido que sea generoso por un par de párrafos hasta que pueda mostrar cómo la ciencia y una idea revolucionaria pudieron y pueden cooperar.

No fue casual que hubiera elegido la cocaína. De hecho, me voy a apoyar en un estudio que se conoció en el año 2005 en Italia, siguió en Suiza en el 2006 y se extendió a una parte de España (Barcelona y Catalunya) en el 2007.

Era un camino inexplorado hasta acá y tan ingenioso como riesgoso para poder contestar las preguntas que figuran más arriba..., pero valió la pena.

En realidad, cualquier gobierno necesitaría poder contestar esas preguntas, si le interesa tener un relevamiento de lo que está pasando en la sociedad y de esa forma poder cuidar la salud de los ciudadanos y establecer políticas preventivas en consecuencia.

Un grupo de investigadores italianos, liderados por Ettore Zuccato, del Instituto de Farmacología de Milán, utilizó un procedimiento inédito: decidieron medir los niveles de una sustancia llamada benzoilecognina (a la que voy a llamar BE a lo largo de este artículo) que es eliminada a través de la orina solamente por aquellas personas que son consumidoras de cocaína.

Lo extraordinario es que midieron los niveles de BE en dos lugares muy particulares:

a) En las aguas del río Po (el más caudaloso e importante de Italia).

b) En cuatro piletones hacia donde confluyen las aguas residuales (cloacales) domésticas de más de cinco millones de italianos que viven cerca de Milán.

Lo que encontraron los impactó: en cuatro mediciones distintas, las aguas superficiales del río Po llevaban el equivalente de ¡4 kilos de cocaína diaria! Esto les permitió extrapolar los datos y concluir que se consumían en esa zona ¡40.000 dosis diarias! o, lo que es lo mismo, siete dosis por cada 1000 personas por día.

Afinando el estudio y considerando que la droga tiene un impacto mayor entre los jóvenes de edades que van entre los 15 y los 34 años, los resultados son más asombrosos: 27 dosis por día por cada 1000 personas de ese grupo.

Los datos oficiales del año 2001 decían que en ese grupo el consumo era de aproximadamente 15.000 dosis ¡por mes! Ellos afirman que el consumo linda con las 40.000 dosis por día.

Como todo estudio serio, necesita de confirmaciones por otras vías, o verificaciones por otros grupos para darle validez. Entonces, luego de medir las aguas del río Po, se abocaron al estudio de lo que sucedía en los piletones..., y ya sin tanta sorpresa descubrieron que todo cerraba, todo era consistente.

Más aún: para corroborar que la metodología (y los lugares) que eligieron para medir eran los adecuados, tomaron un grupo de drogas que los médicos prescriben habitualmente.

Seleccionaron las 30 más usadas (ibuprofeno, ansiolíticos, calmantes, anti-histamínicos, anti-depresivos, anti-inflamatorios, etc.) y estudiaron los niveles que aparecían en las mismas aguas en donde habían testeado la existencia de BE.

Los niveles que obtuvieron en todos los casos para todas las otras drogas eran los esperables.

La conclusión resultaba obvia: “Si funciona con las drogas ‘legales’, debería funcionar con las otras también”.

El informe incluye también un –mínimo– análisis del negocio involucrado. Haciendo cuentas muy groseras, si hay un consumo de 4 kg diarios de cocaína, implica un total de 1500 kg por año, lo que a un valor (en la calle, en Italia, en ese momento) de 100 dólares por cada ¡gramo! resulta en un total de 150 millones de dólares..., y sólo en la gente involucrada en el área de estudio.

El estudio tuvo impacto en Europa en forma inmediata. Lo repitieron en distintas ciudades, pero quiero detenerme en dos lugares en particular:

a) En una pequeña ciudad en Suiza (Saint-Moritz), un lugar dedicado –casi con exclusividad– a esquiar, con una población estable estimada en alrededor de 5600 habitantes, pero que está siempre “repleta de turistas”. Allí detectaron que se consumían 1400 dosis de cocaína ¡por día!

b) En Barcelona y alrededores, un área que abarca a 3.200.000 personas. Ahí el resultado es más impactante aún: se consumen ¡más de 73.000 dosis de cocaína por día! Concluyen los autores que estos datos casi duplican los que se obtuvieron no sólo en Milán, sino también en Valencia. Y otro dato interesante: el consumo también se duplica durante los fines de semana y los días feriados.

Es obvio que el BE encontrado en todas las mediciones tiene que ser menor que el que mide el consumo real, aunque más no sea porque más allá de recolectar la orina de las aguas cloacales, hay mucha gente que no necesariamente vive en condiciones que incluyan un baño. Por lo tanto, es difícil medir lo que se pierde. Es más: si hay imprecisiones en la medición, es por defecto y no por exceso.

Estos son sólo algunos ejemplos.

El impacto que produce el estudio es obvio. No hace falta ser muy ingenioso para darse cuenta de que esto permite hacer un relevamiento de la realidad sin necesidad de invadir la privacidad de nadie y en forma totalmente anónima. Lea de nuevo: no viola la privacidad de nadie y es absolutamente anónimo. ¿Les interesará igual a aquellos a los que sólo les importa punir, perseguir, castigar, especialmente si se trata de gente “pobre”?

Al mismo tiempo, permite entender un poco mejor la realidad que nos rodea y obrar en consecuencia. Pero, por supuesto, hay que tener la voluntad de hacerlo y reconocerle a la ciencia (y a los científicos) el lugar que les corresponde dentro de esta misma sociedad.

* Carlos D’Andrea, matemático argentino, doctorado en la UBA, ex profesor en la Universidad de California en Berkeley y actualmente profesor en la Universidad de Barcelona, es coautor intelectual de este artículo.

lunes, 11 de febrero de 2008

Kinsey y sus datos

Kinsey y sus datos

Además de por la película que lleva su nombre y que narra la vida de un metódico e introvertido entomólogo que llega a convertirse en el promotor de un revolucionario proyecto de investigación sobre la sexualidad humana -pese a que en su tediosa trayectoria sólo había publicado un tratado sobre las avispas-, deberíamos reconocer que algunas de las conclusiones más importantes acerca de la conducta sexual, se le atribuyen, precisamente, a Alfred Kinsey (1894-1956).

Como profesor universitario percibió que, acerca del sexo, se enfrentaba a una absoluta falta de información científica y a las puritanas doctrinas enrevesadas y deformadas que impartían tanto catedráticos como sacerdotes.



Su ateísmo y su postura a favor de los métodos contraceptivos pronto le llevaron a ser relevado en su cátedra. Sin embargo, por su carácter -por sus venas corría sangre de científico-, estaba persuadido de que si llevaba a cabo entrevistas exahustivas y rigurosas, e individuales, podría llegar a conocer la verdadera conducta sexual humana. A mediados de los 40's, adiestró a un grupo de colaboradores y abrió el Instituto Kinsey, ubicado en el campus de la Universidad de Indiana.

En una de sus obras, el indiscutible, e inesperado, bestseller “Conducta sexual del varón humano” (1948), sorprendió al mundo revelando, entre otros muchos, el dato de que "sólo el 20% de los varones humanos son homosexuales o heterosexuales exclusivamente; el resto, el 80% se mueve en un continuo homo-hetero", es decir, sensu estricto, son bisexuales.

A este resultado le condujo su profunda investigación llevada a cabo a través de sus más de quince mil entrevistas a personas de toda condición, origen o estrato social. Años después (1953) vio la luz el tratado acerca de la “Conducta sexual de la hembra humana” donde publicó estadísticas sobre la conducta sexual femenina, arrojando cierta leña al fuego. Afirmaba que el 13% de las mujeres de 45 años había tenido contacto sexual y llegado al orgasmo con otras mujeres; un 7% había mantenido relaciones físicas continuadas con otras mujeres y un 8% reconocía haber tenido deseos o fantasías sexuales hacia las de su mismo sexo, y un 38% del total de sus entrevistadas admitía algún tipo de inclinación homosexual; entre el 3 y el 8% de las solteras (de entre 20 y 35 años) afirmaron su tendencia predominantemente homosexual, con poca o ninguna experiencia heterosexual. (Pese al rigor del estudio, el concepto actual de lesbiana es mucho más evolucionado.) Sin embargo, este libro tuvo un menor éxito, debido quizá al momento político, a la guerra fría, con la presunción que se vertió sobre Kinsey acerca de que apoyaba el comunismo y pretendía destruir los valores morales americanos. Le cerraron el grifo de las subvenciones y, sin fondos, Kinsey no pudo publicar su siguiente estudio, el proyecto que mayor interés despertaba en él: sobre las perversiones.

Dos años después de verse obligado a abandonar su trabajo científico, enfermo y con una grave depresión, KInsey moriría de un ataque al corazón.

En cualquier caso, y más allá de cuantas cifras arrojara su proceloso estudio acerca del comportamiento sexual humano, a mí me gusta una frase suya que revela la impotencia del saber cartesiano, la limitación de la ciencia ante realidades no comprobables empíricamente y que, sin embargo, existen o, cuanto menos, las experimentamos:

"El amor no se puede medir. En eso todos estamos perdidos".

sábado, 9 de febrero de 2008

fisica, historietas y comics

fisica, historietas y comics

La física en las historietas

Rayos de sol que iluminan hacia arriba, sombras de personajes que no coinciden con sus cuerpos y futbolistas que avanzan mientras sus rivales flotan en el aire son representaciones sobre las que se puede aplicar ¿por qué no? una mirada con cierto rigor físico: ni es verdad que en el vacío no haya gravedad, ni puede ignorarse el principio de acción y reacción.



Por Claudio H. Sanchez

En una reciente historieta de Gaturro, el personaje pasa todo el día durmiendo la siesta al calor de un rayo de sol que se filtra por la ventana. A medida que pasa el tiempo, debe ir cambiando su posición porque el rayo que lo calienta también se va corriendo. En el último cuadro, Gaturro está trepado a un jarrón ubicado sobre una mesa, para alcanzar el rayo, que ya ilumina el techo.

La imagen de Gaturro esforzándose para sostenerse contra el techo, aunque incapaz de abandonar su siesta, es graciosa. Pero pocos habrán notado el imposible físico que encierra la imagen: un rayo de sol nunca puede iluminar hacia arriba.

Cuando el sol está en el horizonte, sus rayos son horizontales (como su nombre lo indica). Para que ilumine hacia arriba debería bajar aún más. Pero si baja más allá del horizonte, desaparece.

Por supuesto, el dibujo recurre a esta “licencia física” para lograr un efecto cómico, y está muy bien. Pero nada nos impide leer una historieta con espíritu científico.

Para esto no es necesario que la historieta contenga algún tipo de “error” científico. También es interesante descubrir aciertos. Por ejemplo, en una historieta de Rep, uno de los bebés le habla a la luna creciente, pidiéndole que encuentre a su “novio”.

En el último cuadrito, otro de los bebés dice: “¿Qué tiene que hacer un bebé argentino como yo en Nueva York?”. En este cuadrito también aparece la luna, que también es creciente, pero que tiene sus cuernos apuntando hacia el otro lado, tal como se la ve desde el Hemisferio Norte.

EN EL VACIO NO HAY GRAVEDAD
En un chiste de Caloi, un futbolista avanza con la pelota mientras sus rivales flotan a su alrededor. Al respecto, un compañero comenta: “Con la pelota es horrible, pero fijate qué capacidad para provocar el vacío”. Caloi aquí incurre en el error, generalizado, de asociar vacío con ausencia de gravedad. Tal vez porque, según se cree, en el espacio exterior no hay aire ni gravedad.

Pero vacío e ingravidez son dos cosas completamente distintas y, además, en el espacio sí hay gravedad. Cuando vemos a un astronauta flotar libremente en el espacio, no es porque esté libre de la atracción terrestre sino porque esa atracción lo impulsa tanto como a la nave que flota junto a él y a la cámara que lo está filmando.

Un malentendido parecido aparece en una vieja tira, Solcito, que tenía como protagonista al mismísimo Sol. Este se queja de una fractura y, cuando le preguntan si es grave, contesta: “Claro que no, si en el espacio no hay gravedad”.

MAFALDA Y EL GRAN TERREMOTO CHINO
Un ejemplo más interesante de fenómenos físicos en las historietas aparece en un episodio de Mafalda, donde el padre comenta una frase atribuida a Mao Tsé-Tung, en los tiempos de la Guerra Fría. Decía que si los setecientos millones de chinos (tal era la población por aquel entonces) se ponían de acuerdo y daban al mismo tiempo una patada en el suelo, el resto del mundo lo iba a pasar mal.

Una versión más elaborada de este cuento dice que, saltando desde un par de metros de altura, la energía de los setecientos millones de chinos chocando contra el suelo podría producir un terremoto en California, zona (ya) de por sí inestable y particularmente expuesta a los terremotos.

Lo cierto es que esos setecientos millones de personas saltando o pataleando no producirían un efecto especialmente dañino. Y eso puede calcularse. La energía de un cuerpo que cae se conoce perfectamente: hay que multiplicar la masa del cuerpo por la altura desde la que cae y por un factor que se llama aceleración de la gravedad.

Si consideramos 700 millones de personas, con un peso de 50 kilogramos cada una (hay que promediar adultos y niños) dejándose caer desde dos metros de altura, se obtiene una energía de unos 200 mil kilovatios hora.

Esta energía es equivalente a unas 160 toneladas de TNT. Eso es mucho menos que las 20.000 toneladas liberadas por la bomba de Hiroshima. No parece que las potencias occidentales deban preocuparse por la bomba gravitatoria china, aunque desde los tiempos de Mafalda, los chinos ya sean mucho más que setecientos millones.


EL DIA DEL SALTO MUNDIAL
Esto de sacudir la Tierra mediante un salto colectivo remite al “salto mundial” propuesto entre 2005 y 2006 por un tal Hans Peter Niesward, profesor de física de la Universidad de Munich.

Niesward propuso que seiscientos millones de personas saltaran al mismo tiempo el 20 de julio de 2006, fecha que sería bautizada como World Jump Day, o Día del Salto Mundial.

Según los cálculos del profesor, la sacudida que este salto produciría sobre la Tierra alteraría su órbita, alejándola del sol y resolviendo así el problema del calentamiento global.

Niesward basa sus cálculos en los supuestos efectos de un cometa que cayó en la Tierra hace mucho tiempo. Pero, tal como se acaba de calcular, la energía desarrollada en un salto mundial es despreciable desde el punto de vista de un efecto global.

Además, el caso de un cometa que cae es completamente diferente del de las personas que saltan y no hace falta hacer ningún cálculo para demostrar que la órbita terrestre no se modificaría saltando: para alterar el movimiento de la Tierra, ésta debe recibir un impulso desde el exterior (como cuando cae un cometa) o hacerlo hacia el exterior (como cuando se envía un cohete al espacio).

Un impulso realizado sobre la Tierra, desde la misma Tierra, no produce ningún efecto neto. Sería como pretender impulsar un barco haciendo que los marineros soplen sobre las velas.

EL SALTO DEL ASTEROIDE B 612
Podría pensarse que el Principito (aquel que vivía en un planeta “apenas más grande que él”) sí podría alterar el movimiento de su planeta con un salto adecuado. Pero no es cuestión de tamaño sino del principio de acción y reacción: todo lo que el Principito haga sobre el planeta, el planeta lo hará sobre el Principito.

Por ejemplo, el Principito se trepa a un árbol y se deja caer. Puede ser que la fuerza del impacto del Principito sobre el planeta lo desvíe ligeramente en una dirección. Pero, al mismo tiempo, el planeta le aplicará una fuerza que impulsará al Principito en la dirección opuesta. Luego de algunos segundos, el Principito volverá a caer. La fuerza de gravedad que hace caer al Principito hacia el planeta, también atrae el planeta hacia el Principito. Cuando ambos se juntan, cuando los pies del Principito se apoyan en el suelo, ambos han retornado a su posición inicial.

El Día del Salto Mundial pasó y, hasta donde se sabe, la órbita terrestre no se modificó. Con salto o sin salto.

viernes, 8 de febrero de 2008

¡Hagan juego, señoras!

¡Hagan juego, señoras!

Pasión incontrolable, “forma no ligada al objeto de dependencia psicofísica con pérdida del control del impulso” según una definición más bien médica, placer difícil de describir...

La escritora y editora española Esther Tusquets lo ha contado en una novela recientemente. Mucho más acá todavía, dos jugadoras 100% argentinas, aunque una más apasionada que la otra, dicen que sí, que el jugar tiene algo de destino, de adrenalina, de sustraerse al mundanal ruido, aunque sea en medio del casino. Sobre perdiciones y aledaños se explayan, aquí, la actriz y cantante Rita Cortese y la guionista y periodista María Rita Figueira.




Por Moira Soto

Casi todo el mundo tiene algo para decir sobre los juegos de azar, generalmente en contra, desde la moral y las buenas costumbres, la psicología, la defensa de la propiedad privada, la familia. Un clásico de la ficción, la novela El jugador de Dostoievski, narra la transferencia de la pasión amorosa frustrada del protagonista, Alexei Ivanovich, a la dependencia inexorable de la ruleta en decadentes salas de juego, por supuesto perdiendo hasta los calzones. Más objetivo, Juan José Saer publicó en 1969 Cicatrices, cuatro historias ligadas entre sí por un mismo episodio: en Marzo, abril, mayo se cuenta de manera magistral, casi entomológica y en primera persona, la relación cada vez más intensa y fatalista entre el abogado Sergio Escalante y el juego: el hombre empieza ganando, creyendo que puede dominar el azar, no hace caso de los consejos de su abuelo (“lo que viene fácil, se va fácil”) y en su escalada imparable se juega los ahorros de la chica de los quehaceres domésticos, pide un préstamo importante y, naturalmente, pierde mucho más de lo que gana, sabiendo que no juega para ganar.

Las teorías de Escalante sobre la división entre juego de caos y de orden no dejan de tener cierto asidero, aunque este personaje no se basa en cálculos matemáticos, como tantos científicos lo hicieron, particularmente a partir del siglo XV, época en que los juegos de azar ya tenían una tradición de milenios. La meta de célebres hombres de ciencia era encontrar un modelo matemático de los eventos regidos por el azar. El holandés Christiaan Huygens, en el XVII, escribió el primer tratado científico conocido y, poco después, el francés Abraham de Moivre desarrolló su Doctrina de las oportunidades, tema que en el mismo siglo atrajo a Blas Pascal y a Pierre de Fermat (una disputa entre jugadores llevó a ambos a crear la Teoría de las probabilidades). Ya en el XIX, el marqués Pierre-Simon Laplace introdujo nuevas ideas en su libro Teoría analítica de las probabilidades. Después de varios siglos de controversias, en 1933 se incluyó la teoría de las probabilidades dentro de la teoría de la medida. Es cosa sabido, aunque seguramente ninguno lo confesaría, que algunos matemáticos brillantes y memoriosos desarrollan habilidades para ganar al black jack, por ejemplo, pero deben conducirse con cautela, cambiando continuamente de casino, para no llamar la atención.

Experta jugadora de poker, asidua del bridge y de otros juegos afines, la española Esther Tusquets, escritora y editora, acepta divertida su fascinación por el azar y por los lugares y los personajes vinculados con estas actividades lúdicas. El año pasado publicó su novela ¡Bingo!, donde recrea sus experiencias en este campo. Al igual que las entrevistadas de Las12, Rita Cortese y María Rita Figueira, dos jugadoras asumidas públicamente que no piden perdón, Tusquets reconoce su atracción por el juego que la ha llevado, por ejemplo, a irse de la cena donde se celebraba el premio Herralde que acaban de otorgarle, porque tuvo el antojo de ir a jugar.

Menos complaciente y más solemne, la medicina legal considera la pasión por el juego como el síntoma aparente de un proceso neurótico más profundo, con presencia de rasgos patológicos de la personalidad, si bien se supone que rara vez se encuentra una dinámica de tipo “tendencia patológica irreprimible” con pérdida de control y ausencia de capacidad de decisión libre. Con lo que se volvería difícil alegar disminución de responsabilidad criminal en el caso de un delito cometido por un sujeto apasionado por el juego, en cuyo caso sería muy poco probable una exculpación completa en tribunales por causa de esta dependencia que la psiquiatría quizá denominaría “forma no ligada al objeto de dependencia psicofísica con pérdida del control de impulso”. Ejem.

Casi no hace falta presentar en estas páginas a Rita Cortese, magnífica actriz y cantante, cuyo exitoso show tanguero, El amor, ese loco berretín, se repone con repertorio renovado próximamente en la sala El Nacional (Estados Unidos y Balcarce, los viernes a las 22.30), mientras que se anuncia la salida para marzo del correspondiente disco, distribuido por Acqua. María Rita Figueira, también conocida de este suple, es una notable periodista deportiva que actualmente, además de integrar el equipo de Latinamerican Idol (el programa que va por la señal de cable Sony), está en la radio: los domingos de 9 a 12 en AM Del Plata hace Dicen que dicen; los sábados de 13 a 15, por AM La Marea, No seré feliz pero tengo partido. Cortese ha sido jugadora a lo grande, principalmente de ruleta, y no reniega de esa parte de su pasado, aunque no la quiere repetir en esa escala en el presente. Figueira es una jugadora controlada pero frecuente que no abandona su lado de cronista cuando visita las maquinitas del hipódromo de Palermo, “con la fe de los conversos, porque hasta hace pocos años no había jugado nunca”.

“Para mí, el juego ya no es un lugar de diversión”, dice Rita Cortese. “Se ha convertido en un lugar de angustia. Y lo que no me da placer, trato de apartarlo de mi vida. Yo también fui conversa como vos, María Rita. Si bien hasta hace unos años no había casino en Buenos Aires, sí en otros lugares, pero yo jamás me tomé un micro para ir a jugar, aunque podría haberlo hecho. Ahora, si iba a Mar del Plata, a Punta del Este, jugaba. Ruleta siempre, maquinitas alguna vez. Entonces, ponen el casino acá y yo empiezo a ir mañana, tarde y noche, ganando muchísima plata y perdiendo muchísima más. Pero el casino era un lugar donde, cuando yo entraba, me calmaba, me provocaba paz. Hoy es un lugar donde ya no quiero estar, donde hay una zona mía que no reconozco. Es un lugar que, en mi caso, me doy cuenta de que me ha hecho perder libertad. Y por otro lado es un espacio donde he tenido la sensación de que ahí no existe la muerte, lo único que existe es el 20, el 22...

¿Cómo son sus respectivas historias con el juego?
R. C.: –Creo que el flechazo aparece con mi madre, que iba todos los santos días de Dios de la temporada de Mar del Plata a jugar en el Casino. Y yo llegaba de la manito de mi padre a buscarla a la salida, adivinando, cuando ella bajaba las escaleras del Provincial, si había ganado o no. Yo creo que mi madre se medía, pero no sé hasta qué punto si iba a la tarde, a la noche, diariamente. Papá a lo mejor iba dos veces en toda la temporada y se jugaba una fortuna. Creo que de ahí sale mi etapa de jugadora. Hoy no me ufano de eso; en otros momentos sí, me encantaba. Me parecía que el juego me daba una libertad sin límites, una cosa absoluta que sin duda la tiene. Ojo, cuando jugás de verdad es zona de riesgo. Yo he perdido mucho, actualmente no tengo back up pudiendo tenerlo, por el juego. Entonces dejó de ser un chiste, ¿no? Pero me gusta hablar de esto porque es una manera de terminar de exorcizar determinadas cosas.

M. R. F.: –Yo no he tenido problemas de dependencia ni con la falopa ni con el alcohol, sí con la comida, que ha sido para mí una especie de tatuaje. Hace alrededor de veinte años que la estoy dominando, pero sé que eso no se cura. Con el juego es reciente. Yo viví en Neuquén y en Rosario como 25 años, lugares donde el juego no existía. La gente iba a Paraná o a Corral de Bustos, en Córdoba. A mí ni se me pasaba por la cabeza la idea de ir a jugar, tampoco se jugaba en mi familia. Pero un día todo cambió para mí. ¿Se acuerdan de Hannibal, la segunda parte medio chotex de El silencio de los inocentes? Por supuesto, Hannibal tiene excelente gusto, es refinadísimo, pero manda una correspondencia que al ser analizada revela un sello de Las Vegas. La chica, Julianne Moore, comenta: “No, allí no estuvo porque él es un exquisito”. Y yo, en el momento del estreno, todavía compartía ese concepto, a Las Vegas no hubiese ido ni loca. Bueno, vengo a trabajar a Buenos Aires, estábamos escribiendo mucho con una guionista, emboladas, ya de mal humor, y ella me pregunta: “¿No querés conocer el barco?”. Me tomó por sorpresa, me dejé llevar. No me voy a olvidar nunca de la primera impresión: el casino flotante me pareció patético, deprimente, todo era espantoso. Ella me dice: “Pidamos una picadita”. Pensé que iríamos a un restaurante, pero la trajeron al lugar donde estábamos jugando. ¿Y qué pasó? Jugué, gané, fue un click. Me fascinó, sigo fascinada. Ahora voy al Hipódromo de Palermo, muy lindo arquitectónicamente, pero siempre a las maquinitas que yo sé que no te dan chapa... La ruleta, los caballos tienen otro glamour.

R. C.: –Cómo no te vas a fascinar si te quedás ahí pegada, hipnotizada...

M. R. F.: –Las maquinitas son temáticas, hay de películas, de ranitas, ¡de Betty

Boop, mi amor! Son una belleza, me dan ganas de llevar a mi sobrinito... Yo soy bostera fundamentalista, milito en Boca Juniors: hice una promesa de no tomar vino ni comer chocolate cuando Boca ganó la Intercontinental en Japón y cumplí, un año costándome un montón. Con las maquinitas intenté no ir durante tres meses, y no pude. Me doy cuenta de que tengo una neurosis de superyó muy fuerte que me hace no arriesgar más de lo que tengo, no excederme. Pero gasto mucha plata en jugar.

¿Sin poner en riesgo a terceros?
M. R. F.: –No, nunca, para nada.

R. C.: –Pero eso es algo que suele pasar, porque para empezar se pone en riesgo una.

¿El riesgo pasa por perder guita, por desafiar al destino, por asomarse a un abismo?
R. C.: –Bueno, yo creo que el que juega de verdad, juega con todo.

M. R. F.: –¿Viste lo de Miguel Angel, La agonía y el éxtasis? En el juego pasás de un extremo al otro sin transición.

R. C.: –El jugador juega para perder. Vos ganás 5000 pesos a las 3 de la tarde y no te vas porque sabés que al otro día volvés. Llega un punto en que es tal el sinfín que deviene pérdida, pérdida, pérdida...

M. R. F.: –Y no prorrateás, porque si ganás 5000, seguro que perdiste más.

R. C.: –Es que siempre se pierde. Pero hay algo también religioso en el juego: es una meditación, es presente puro. En este sentido, creo que el juego puede llegar a ser ciertamente sanador: no existe nada más que lo que está pasando ahí: el 17. El 15, el 20, el 8, lo que fuere. Después, puede ser que no sea tan sanador, porque fumás el doble, chupás... Cuando podés distanciarte, aparece una energía de tal desesperación que realmente no es agradable. Pero esto no me pasaba a mí en la época de auge, ni lo que pienso hoy supone que no tenga que haber casinos, por favor: cada uno elige, y los juegos de azar no los inventaron en el 2000... Todo depende de la medida con que se hagan las cosas: si vos te tomás un whisky por día, te cae brutal; ahora si te tomás una botella, sonaste. Bueno, yo he llegado a tomarme una botella en materia de juego, en cuanto a la dependencia.

¿Pasándola realmente bien?
R. C.: –Lo he pasado fantástico jugando, de verdad. Cuando no me pasaba lo que hoy me pasa, era maravilloso, esa sensación de estar suspendida en un presente puro, desligada de todo.

Si no es por la plata, ¿es entonces por esa sensación que se juega?
R. C.: –En mi caso creo que sí, aunque una no lo haga consciente en el momento de jugar. No es que vos vas porque te querés olvidar de todo y entrar en ese estado. Por ahí, esa idea estaría más relacionada con el alcohol, supongo yo. Por suerte, alcohólica no soy, por ahora, aunque me gusta tomar. Al juego te lleva la compulsión.

M. R. F.: –Sí, es compulsivo, pero puede haber situaciones que contribuyan. Yo he sufrido una educación espartana, me han tenido recagando. Esto, que por un lado me ha hecho padecer, creo que me ha dado esta fuerza para no pasarme de la raya, esta forma de la responsabilidad que me hace no jugar tanto como desearía. Yo soy incapaz de descuidar el laburo, por ejemplo.

R. C.: –Y no, cómo lo vas a descuidar si es lo que te sustenta el juego...

M. R. F.: –Sí, pero sabemos que hay gente que lo descuida todo. Hace un tiempo salió una nota en el diario sobre la ludopatía. En radio Del Plata propongo hacerle una nota a un jugador anónimo, consigo a un tipo divino, lo llamo, le dejo mensaje y me voy al Hipódromo. Y cuando vuelvo, está la respuesta de él explicándome que hace 6 años, 3 meses y 2 días que no jugaba: había llegado a cometer un desfalco, la mujer actuando como una especie de cómplice y a la vez de víctima. Fue una entrevista buenísima la de la radio. Porque a mí, además, el juego me encanta como tema, su color propio, su dramatismo, su cosa bizarra, que me despierta el humor negro. Tiene todo: hasta ves a una viejita que sólo le falta el suero y la sonda jugando sin parar...

R. C.: –Lo bien que hace en un caso así.

M. R. F.: –A mí gusta mucho, pero como les decía, me mantengo dentro de ciertos límites.

R. C.: –Hay una historia interesantísima de una jugadora que puso en peligro todo: su matrimonio, sus finanzas, todo. La tipa jugaba, jugaba, jugaba. Había sido corresponsal de guerra. Cuando entró a estudiarse el tema de su etapa de juego, resulta que era lo único que le provocaba una adrenalina comparable a la que le generaba estar en el frente era el juego.

O sea que hay un plus en el juego que no te lo da ni el alcohol ni el shopping, ¿tiene que ver con la pasión?
R. C.: –Creo que sí, que es una forma de la pasión. Pero cuando ves en la TV la avalancha que se armó en Mar del plata por el primer partido del superclásico de no se qué, eso no lo entiendo.

M. R. F.: –Bueno, chicas, es que ustedes no son futboleras. El fanatismo hacia un equipo excede toda racionalización. A ustedes les falta eso para ser felices del todo, no saben lo que se pierden...

R. C.: –De todos modos, estamos hablando de espectadores de un juego: el jugador de ruleta, de lo que sea, juega. Y creo que lo hace sin límites. Al menos yo no puedo jugar con límites. Sí puedo, con esfuerzo, comer con límites.

M. R. F.: –No seré entonces jugadora, pero lo vivo con placer y no quiero dejar de hacerlo. Seguro que he gastado más de lo que he ganado, pero creo que no es lo mismo el límite que la dependencia.

R. C.: –Creo que quedó claro que no me interesa juzgar a nadie, decir que esto está bien o que esto está mal. Simplemente, hablo de lo que me ha pasado a mí, de lo que me pasa hoy con el juego. Lo que pensé que era un gesto de gran libertad, me doy cuenta de que hoy me la quita. Eso es.

M. R. F.: –Yo tomo recaudos para no pasarme: no voy con la Banelco, aunque cuando salgo de casa estoy muy segura de que me voy a controlar, pero llega el momento y no hay modo. Entonces, voy siempre con el dinero que estoy dispuesta a arriesgar.

R. C.: –Ah, eso es otro número, otra cosa, está perfecto. Pero debo decirte que el jugador verdadero no se entera si entra Marilyn Monroe rediviva porque su cabeza está en otro lado. A mí me han dado palpitaciones: es entrar a jugar, pararte en la primera mesa y se acabó el resto del mundo. Me parece que hablamos de cosas distintas. Si tuviese detrás de mí un millón de dólares, a lo mejor estaría jugando de nuevo, no lo sé. Yo he llegado a ganar muchísimo dinero, y también a no tener plata para comprar cigarrillos. He tocado el límite con el juego, es mi estilo. Lo que pasa es que hay otros límites que me han devuelto más cosas que el juego, que más bien me ha quitado.

M. R. F.: –Aunque salga sin la Banelco, yo también creo que el juego tiene que ver con la pasión. En mi caso, con una tendencia al fanatismo, a los extremos, contraria a la indiferencia.

R. C.: –Ojalá yo pudiera ir sin la tarjeta. Pero si lo hago, cuando termino lo que empecé a jugar, me tomo un taxi, busco la tarjeta y cazo más plata...

Ustedes son jugadoras de un solo juego, prácticamente, pero hay personas que cultivan paralelamente distintas formas.
R. C.: –A mí punto y banca me aburre un poco, es de una violencia brutal. Se juega mucho dinero: esa parte me atrae. Pero lo otro, el tema de los números, me parece una maravilla.

M. R. F.: –A mí me llama más lo temático de la imagen. Las maquinitas son divinas, aunque sean de viejita con bastón. Hay todo un lenguaje alrededor.

R. C.: –Escuchen otra historia: mi época de juego mañana, tarde y noche, casino flotante, 2001, 2002, 2003. Me solía encontrar con alguna gente reiteradamente. Había un matrimonio, 40 años, muy bien, pinta de profesionales. Un día suena el teléfono –en la época en que te permitían contestar–, atiende ella: “Consultorio”. Era obstetra, ¿no es genial?

Además de lo religioso que mencionaste, ¿hay algo teatral en el juego?
R. C.: –Sí, claro. Lo religioso está en la conexión entre el tirador de la bola y los jugadores, en lo energético. Por eso creo que hay algo acertado en el viejo axioma que dice que el que gana se tiene que ir, cosa que sabemos que no hacen los verdaderos jugadores... Yo practico budismo, donde existe algo que se llama la iluminación de los objetos inanimados, porque son materia. Entonces, creo que existe la conexión del tirador, de la materia del paño en el momento del juego. Y esa concentración, esa energía, va y vuelve, es la que te hace ganar y la que te hace perder. ¿Sabés las veces que una dice “sabía que iba a salir tal número”? El pálpito es parte de la conexión energética.

Pero también hay algo de destino que se cumple en algunos juegos, que estaba escrito como en la tragedia, de ahí el fatalismo del jugador, de la jugadora.
R. C.: –Sin duda. Aparte de que ocurren tragedias reales. ¿Sabes por qué en el barco no se puede subir a la cubierta? Porque se ha tirado cualquier cantidad de gente, y no lo publican.

M. R. F.: –Pero aun jugando poco, cuando perdés, lo que te jode es que no tenés más plata para seguir jugando. Te vas de vos, retomás la dimensión perdida, observás el panorama y te puede parecer lo que a mí la primera vez que entré a las maquinitas.

En otras palabras, ¿se entra en trance en el momento de jugar?
R. C.: –Exactamente, entrás en trance, ésa es la parte mejor, claro que sí. Como ya dije, acepté esta nota porque es una forma de exorcismo para mí, de ponerlo afuera. Pero no porque lo haya ocultado: cuando ha salido el tema en entrevista, lo he mencionado.

M. R. F.: –Te pregunto algo, Rita, referente a esto de hablarlo y exorcizarlo: tu anécdota de “Consultorio” la asocio con otra situación: una vez me encontré con una mujer muy bien vestida, que parecía educada y que me contó que había estado tres días en Las Vegas sin dormir, se había jugado hasta los ahorros que tenía con el marido por si les pasaba algo. Y él no lo sabía. Como si mantuviera una especie de relación clandestina pasional... Me ha pasado de decirle a alguna amiga preocupada: “Tu marido no sale con otra, ¿sabes con quién anda? Con el casino”.

¿Como si se tratara de un espacio personal secreto?
R. C.: –Ah, no, no pienso eso, al menos para mí. Por eso, siempre que tuve oportunidad, lo he blanqueado. Quizás eso es lo que me ha salvado. Me parece que beber socialmente es muy distinto de beber en soledad... Nunca tuve ninguna adicción, que he tenido varias, encerrada. Miren qué interesante: tengo dos amigas que están pasando un momento de enfermedad grave, una atendida en los mejores lugares privados, la otra en el hospital público. Con la amiga que está atendida en el Roffo, saliendo a Dios gracias, pude darme cuenta a través de sus comentarios de que en la socialización de la enfermedad, en el cariño de la atención, ahí residen el paliativo, la curación. La enfermedad no es un castigo divino, cosa que sí se siente en el ocultamiento que se genera en los lugares caros, con las prepagas más importantes, donde la desprotección afectiva, la distancia que existe con el enfermo es brutal. Claro que las prepagas no sólo han cooptado la hotelería, sino también la cabeza de los médicos, entonces se ha convertido en un sistema perverso. Por eso pienso que es tan importante evitar el tabú. Pero sé que no es lo que ocurre habitualmente. Conozco a señores muy encantadores de la escena nacional que Dios me ampare y me salve si llegan a verse mencionados en esta nota...