lunes, 11 de febrero de 2008

Kinsey y sus datos

Kinsey y sus datos

Además de por la película que lleva su nombre y que narra la vida de un metódico e introvertido entomólogo que llega a convertirse en el promotor de un revolucionario proyecto de investigación sobre la sexualidad humana -pese a que en su tediosa trayectoria sólo había publicado un tratado sobre las avispas-, deberíamos reconocer que algunas de las conclusiones más importantes acerca de la conducta sexual, se le atribuyen, precisamente, a Alfred Kinsey (1894-1956).

Como profesor universitario percibió que, acerca del sexo, se enfrentaba a una absoluta falta de información científica y a las puritanas doctrinas enrevesadas y deformadas que impartían tanto catedráticos como sacerdotes.



Su ateísmo y su postura a favor de los métodos contraceptivos pronto le llevaron a ser relevado en su cátedra. Sin embargo, por su carácter -por sus venas corría sangre de científico-, estaba persuadido de que si llevaba a cabo entrevistas exahustivas y rigurosas, e individuales, podría llegar a conocer la verdadera conducta sexual humana. A mediados de los 40's, adiestró a un grupo de colaboradores y abrió el Instituto Kinsey, ubicado en el campus de la Universidad de Indiana.

En una de sus obras, el indiscutible, e inesperado, bestseller “Conducta sexual del varón humano” (1948), sorprendió al mundo revelando, entre otros muchos, el dato de que "sólo el 20% de los varones humanos son homosexuales o heterosexuales exclusivamente; el resto, el 80% se mueve en un continuo homo-hetero", es decir, sensu estricto, son bisexuales.

A este resultado le condujo su profunda investigación llevada a cabo a través de sus más de quince mil entrevistas a personas de toda condición, origen o estrato social. Años después (1953) vio la luz el tratado acerca de la “Conducta sexual de la hembra humana” donde publicó estadísticas sobre la conducta sexual femenina, arrojando cierta leña al fuego. Afirmaba que el 13% de las mujeres de 45 años había tenido contacto sexual y llegado al orgasmo con otras mujeres; un 7% había mantenido relaciones físicas continuadas con otras mujeres y un 8% reconocía haber tenido deseos o fantasías sexuales hacia las de su mismo sexo, y un 38% del total de sus entrevistadas admitía algún tipo de inclinación homosexual; entre el 3 y el 8% de las solteras (de entre 20 y 35 años) afirmaron su tendencia predominantemente homosexual, con poca o ninguna experiencia heterosexual. (Pese al rigor del estudio, el concepto actual de lesbiana es mucho más evolucionado.) Sin embargo, este libro tuvo un menor éxito, debido quizá al momento político, a la guerra fría, con la presunción que se vertió sobre Kinsey acerca de que apoyaba el comunismo y pretendía destruir los valores morales americanos. Le cerraron el grifo de las subvenciones y, sin fondos, Kinsey no pudo publicar su siguiente estudio, el proyecto que mayor interés despertaba en él: sobre las perversiones.

Dos años después de verse obligado a abandonar su trabajo científico, enfermo y con una grave depresión, KInsey moriría de un ataque al corazón.

En cualquier caso, y más allá de cuantas cifras arrojara su proceloso estudio acerca del comportamiento sexual humano, a mí me gusta una frase suya que revela la impotencia del saber cartesiano, la limitación de la ciencia ante realidades no comprobables empíricamente y que, sin embargo, existen o, cuanto menos, las experimentamos:

"El amor no se puede medir. En eso todos estamos perdidos".

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