viernes, 15 de junio de 2012

Un nuevo vínculo social

EXPERIENCIAS TERAPEUTICAS Y COMUNITARIAS

“Un nuevo vínculo social”

En lo terapéutico, dispositivos que destacan el abordaje en grupos; en lo social, la participación profesional en asambleas de cooperativas de trabajadores. Estas y otras actividades podrían inscribirse en “un nuevo tipo de vínculo social” que, por oposición a la desafiliación, privilegia la inclusión.

Por Claudio Boyé *

Desde la Dirección de Salud Mental de la Municipalidad de Quilmes, provincia de Buenos Aires, hemos creado un dispositivo de asistencia para pacientes adictos, que tiene continuidad desde hace tres años. Tiene la característica de ser grupal. En rigor, los pacientes van pasando por diferentes espacios: grupales, individuales y familiares, que en verdad conforman un solo espacio. Este marco grupal ha demostrado su eficacia terapéutica a través del tiempo. Uno de los parámetros es que no hubo necesidad de internación en ningún caso: el dispositivo ambulatorio ha sido suficiente para la atención de este padecimiento que es la drogadependencia, quizás uno de los malestares más importante de nuestra época.
En la escucha cotidiana con estos pacientes se fueron articulando demandas vinculadas con el mundo del trabajo y del estudio, lo cual en algunos casos tuvo respuesta, logrando su inserción en diferentes ámbitos laborales y académicos. Para entender las demandas que fueron apareciendo, hay que tomar en consideración que, en nuestro país, así como en otros de Latinoamérica, el actual retorno de lo político por sobre “el mercado” es un factor de suma importancia en la generación o regeneración del lazo social.
Es en este punto donde quiero hacer hincapié. Así como el discurso capitalista no hace lazo social, la dimensión de lo político (diferenciado de “la política”, en el sentido que plantean Ernesto Laclau y Jorge Alemán) va en dirección opuesta y facilita que se vaya tejiendo un nuevo tipo de vínculo social que permite coincidir con la hipótesis de Jorge Alemán de que un nuevo tipo de subjetividad está emergiendo en Latinoamérica. Desde el discurso político que se viene sosteniendo desde 2003 en la Argentina, se repite un significante: “inclusión”. No es casual que se oponga a aquel que marcó la década de 1990, el de exclusión o desafiliación social, en términos de Robert Castel.
Una de las formas en que la inclusión se instrumentó políticamente fue el plan Argentina Trabaja, en cuyo marco se crearon cooperativas de trabajo que permitieron incorporar al circuito formal de la economía a miles de sujetos que estaban desocupados o en la marginalidad. Desde la actividad clínica, he podido constatar los efectos positivos que esta inclusión ha tenido en trabajadores de estas cooperativas y el peso simbólico que tiene este significante. Me refiero a la solidaridad que se comenzó a poner en juego entre los miembros de las cooperativas, a través de discusiones, de asambleas en las que tuve oportunidad de participar por pedido de los cooperativistas que requerían una mirada “objetiva”. Hacer semblante del Otro objetivo fue de utilidad durante un tiempo, según dijeron los asambleístas cuando consideraron que ya podían reunirse solos, sin otro que “los mire”. Posteriormente demandaron capacitación en diferentes áreas, lo que los llevó a valorar la importancia del capital simbólico y no ya sólo económico.
En cuanto a los integrantes que padecían adicciones, el conjunto se encargó de facilitarles la concurrencia a tratamiento, de contenerlos, de incentivarlos para que continuaran en la tarea de su rehabilitación mientras los cubrían, dentro del marco legal, en lo que hacía a sus tareas específicas como miembros de la cooperativa. La adicción es una patología que se adecua perfectamente al tipo de demanda que genera el discurso de la ciencia atravesado por el discurso capitalista. Podemos caracterizar la subjetividad adicta como el prototipo de subjetividad propuesta por el mundo del consumo: no hay consumidor más fiel que el adicto.

“Narcinismo”

La psicoanalista francesa Colette Soler (Los afectos lacanianos, ed. Letra Viva, 2011) propone designar al hombre de la era posmoderna con un neologismo: narcinismo. Condensación de narcisismo y cinismo. Esta nueva subjetividad es producto, según la autora, de lo que Lacan llamó su quinto discurso, el discurso capitalista. A diferencia de los otros cuatro discursos que sí generan lazo social, éste tiene la característica de deshacer el lazo social. Con esto nombra un “estado de la sociedad en que a falta de grandes causas que trasciendan al individuo, a falta de solidaridad de clase, cada quien no tiene más causa posible que sí mismo”.
El capitalismo en tanto discurso loco, porque no genera lazo social, produce este tipo de subjetividad sumamente precaria en todos los sentidos posibles: en los vínculos de amor, en la familia, en el trabajo, en la amistad, dejando a los sujetos en la soledad y la angustia. Angustia que lleva nuevas etiquetas: ataque de pánico, estrés, depresión, crisis de ansiedad, para las que existe la medicación correspondiente y el DSM (manual de diagnóstico de trastornos mentales) que las tipifica.
Sabemos que el discurso capitalista genera sujetos consumidores que sólo se enfrentan a los objetos que el “mercado” no deja de fabricar; los objetos que –utopía mercantilista– no sólo harán la vida más fácil sino que también son una promesa de felicidad. Y si la felicidad no se logra con este objeto es sólo porque nos equivocamos de marca, es cuestión de comprar otra.

El 13 de marzo de 1973, en el seminario “Encore”, Lacan ya había planteado: “El discurso científico ha engendrado todo tipo de instrumentos, que hay que calificar de gadgets. De ahora en adelante, y mucho más de lo que creen, todos ustedes son sujetos de instrumentos que, del microscopio a la radio-televisión, se han convertido en elementos de su existencia. En la actualidad no pueden medir su alcance, pero no por ello dejan de formar parte de lo que llamé discurso científico, en tanto un discurso es lo que determina una forma de vínculo social”.
El sujeto narcínico, en los términos de Soler, fue bien conocido en Sudamérica durante la década de 1990 y los comienzos de este siglo. En Europa fue descripto por el sociólogo Lipovetsky, entre otros. Hoy en día sigue vigente este tipo de subjetividad caracterizada como un individualismo marcado por un deseo de goce inmediato sin reflexión alguna, producto del discurso capitalista y del modelo neoliberal que arrasó la dimensión de lo político tanto en la Argentina como en otros países de Latinoamérica. Sin embargo, constato a través de la experiencia clínica que esta subjetividad narcínica ya no es hegemónica sino que van apareciendo demandas que interrogan decisiones que fueron tomadas hace 15 o 20 años y que han dejado en soledad a los sujetos que, ahora, buscan incluirse en una trama social donde el otro, el semejante, adquiere una importancia que ya no pasa inadvertida.
* Psicoanalista.
El texto es un fragmento del trabajo “Psicoanálisis, política y subjetividad”.

No hay comentarios: