lunes, 30 de septiembre de 2013

Grassi

EL TRIBUNAL ORAL Nº 1 DE MORON ORDENO LA DETENCION INMEDIATA DEL CURA JULIO CESAR GRASSI POR EL RIESGO DE FUGA

Viaje de Hurlingham al pabellón bonaerense

Después de varias horas de cuarto intermedio, los jueces ordenaron que Grassi fuera enviado a la cárcel de Ituzaingó, en su jurisdicción canónica. Es posible que sea trasladado al penal 41 de Campana. Crónica de un día cruzado de acusaciones.






 Por Carlos Rodríguez
Un Julio César Grassi en apariencia inmutable, aunque la tensión se le marcaba en los pómulos, sobre la línea que marca la mandíbula, y en la dureza de la mirada que dirigió a los jueces, escuchó ayer la sentencia del Tribunal Oral Nº 1 de Morón por la cual se ordenó su inmediata detención en la Unidad Penitenciaria 39 de Ituzaingó. Fue el único gesto benévolo, dado que la prisión queda dentro de la diócesis de Morón, a la que sigue perteneciendo el cura, a pesar de que su condena a 15 años de prisión por “abuso sexual y corrupción de menores” ya ha sido ratificada por una decena de jueces. El gesto, sin embargo, podría quedar trunco porque el Servicio Penitenciario provincial pidió que lo trasladen a la Unidad 41, de Campana, de máxima seguridad. “Hoy por hoy pesan sobre la cabeza del acusado tres fallos dictados por órganos judiciales de diferente instancia, agotando la jurisdicción provincial” y “confirmando (...) la culpabilidad del encartado y el consiguiente cumplimiento de la pena”, se dijo en la resolución, que fue leída, con voz firme, por la presidenta del tribunal, Mariana Maldonado.
“Se debe hacer cesar la alternativa a la prisión preventiva consistente en libertad vigilada y proceder a la inmediata detención” de Grassi “en el entendimiento de que una decisión en contrario, a esta altura, sería de alta gravedad institucional e impediría restablecer la vigencia de las normas y la confianza en la Justicia”, puntualizó la doctora Maldonado. Cerca de las ocho de la noche, una vez concluida la sesión que había comenzado a las 14.30, Grassi salió de la sala sin ser esposado, como ocurre en la mayoría de los casos, aunque lo escoltaba una docena de policías que estuvieron en la sala de la planta baja de los tribunales de Morón.
Un grupito que se concentró primero en la calle y luego en la sala para proclamar en sus consignas “la inocencia del padre Grassi” se retiró sin mucho ruido, apenas el llanto de un par de mujeres, pero una vez afuera, las seguidoras de Grassi golpearon a un camarógrafo, y Juan Pablo Gallego, uno de los abogados querellantes, tuvo que ser rescatado por la policía de una inminente golpiza (ver nota aparte).
Antes de la sentencia, Grassi tuvo que oír duras exposiciones del fiscal Alejandro Varela, y de los querellantes Sergio Piris y Juan Pablo Gallego, pero no lo hicieron retroceder. Cuando expuso sus argumentos en favor de seguir libre, a pesar de la condena, insistió con el latiguillo, esgrimido durante el juicio oral, de que es víctima de “una causa armada” por una supuesta “campaña mediática” en su contra. Pidió que lo dejen seguir “trabajando para la Fundación Felices los Niños”, pero fuera de la sede de Hurlingham que fue escenario de los dos hechos de abuso en perjuicio del joven conocido como “Gabriel”.
“No hay ningún riesgo, lo único que hago es trabajar para la fundación. ¿Qué quieren de un imputado o de un penado con sentencia firme? ¿Qué quieren de mí? ¿Qué vaya a picar piedras como ocurría en otros tiempos?”.
Reiteró una vez más que estaba viajando al barrio de Almagro, en un automóvil, el día y la hora en que ocurrió uno de los abusos denunciados por “Gabriel”. Sus argumentos fueron expuestos con precisión, sin baches, se lo notaba exaltado como nunca antes en el proceso. “Pido disculpas por mi enojo, pero tenía que exponer ante ustedes. Los sacerdotes, para hacernos entender, estudiamos oratoria”. Hasta le imprimió un tono bíblico a su actual situación: “Esta es la cruz que me toca llevar”, dijo.
Grassi acusó de “mentirosos” al fiscal Varela y a los querellantes, que antes habían pedido su inmediata detención con duros conceptos. Llegó a comparar su caso con la investigación del asesinato de Candela Rodríguez. “Con testigos falsos y de identidad reservada, armaron esa causa y no se sabe quién la mató. Quieren esconder eso armando este circo, este cúmulo de mentiras”. Negó tener relación con las amenazas denunciadas por varios testigos del juicio y sostuvo que lo único que hizo fue “ayudar para que en la sociedad no hubiera chicos abandonados”. Se mostró ofendido porque los querellantes le dicen “pedófilo”.
El fiscal Alejandro Varela sostuvo ante el Tribunal Oral Nº 1 que “la presunción de inocencia está práctimante destruida” por las tres sentencias condenatorias y, aunque admitió que todavía le queda a la defensa el recurso extraordinario ante la Corte Suprema de Justicia nacional, recalcó que era necesario “una medida de coerción (como la detención en una cárcel) para garantizar los fines del proceso”. Varela afirmó que la libertad de Grassi constituía “una situación de gravedad institucional” y hasta llegó a sostener que de seguir en esa situación “lo que estaríamos haciendo, como miembros del Poder Judicial, es colaborar con el delito”.
Sergio Piris, el abogado de “Gabriel”, dijo que “el papa Francisco viene diciendo que todos los pedófilos, como es Julio César Grassi, tienen que estar en su lugar: la cárcel”. Luego señaló las diferencias “en la situación de olvido, de desamparo, que vive mi defendido”, por “Gabriel”, en contraste con “la situación de poder de Grassi, que parece un actor de Hollywood que hace declaraciones por televisión y que ha sido beneficiado a lo largo de todo este proceso por amigos empresarios, abogados caros y operadores judiciales de esta jurisdicción que han permitido que siga en libertad, a pesar de estar condenado por delitos gravísimos”.
“La gente se pregunta por qué Grassi está en libertad. Yo la respuesta no la tengo. La respuesta la tienen que dar ustedes, señores jueces. Grassi se manejó con esta impunidad gracias a sus amigos, incluyendo sectores de la Iglesia que lo apoyaron”. Luego de escuchar las posturas opuestas del querellante Juan Pablo Gallego, del defensor del cura y del propio Grassi, los jueces Mariana Maldonado, Pablo Lucero y Claudio Cheminade dispusieron un cuarto intermedio y pasaron a deliberar.
La lectura del fallo se hizo ante dieciséis cámaras de televisión y una multitud de fotógrafos, que por primera vez pudieron ingresar a la sala de audiencias en este proceso, que tuvo su juicio oral en el año 2009, durante más de seis meses, sin que la prensa pudiera acceder al recinto. El día que se dictó la primera condena a Grassi, el 10 de junio de ese año, sólo pudieron entrar los periodistas, sin grabadores ni equipos fotográficos, a una sala pequeña, en el primer piso del Palacio de Tribunales de Morón.
Los jueces recordaron que las normas locales e internacionales señalan que la prisión preventiva tiene un “carácter excepcional” y “sólo se justifica cuando es absolutamente indispensable para evitar que el encartado pueda eludir la acción de la Justicia”. Agregaron que su deber como jueces es el de “afianzar la Justicia”, en un caso donde “existen razones debidamente fundadas que justifican la necesidad y proporcionalidad de una medida preventiva restrictiva de la libertad”.
Frente a las tres condenas recibidas por Grassi “entendemos que tenemos la obligación legal, que estando en nuestras manos la posibilidad, fallemos asegurando los fines de este proceso, en el cual, a esta altura, y con sólo una posibilidad extraordinaria a nivel federal”. Por esas razones se expresaron por la “aplicación de una medida que restrinja su libertad para que (Grassi) comience a cumplir con la pena impuesta y confirmada por los organismos revisores”.
Por eso tomaron los conceptos vertidos antes por el fiscal Varela y los querellantes y consideraron que ante la gravedad de la pena impuesta existe “un peligro de fuga concreto y verificable”. Señalaron luego que el “estado de inocencia” del imputado continúa “intacto” porque “no se es más o menos inocente acorde se vayan sucediendo las distintas etapas revisoras, sino que por el hecho de existir al presente una condena confirmada por la resolución de un recurso extraordinario, tal circunstancia aumenta sustancialmente el riesgo procesal y en ese extremo fundamos nuestra decisión”.
Por eso decidieron “la inmediata detención” de Grassi “en el entendimiento de que una decisión en contrario, a esta altura, sería de alta gravedad institucional e impediría restablecer la vigencia de las normas y la confianza en la Justicia”.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

GREENPEACE


Según Greenpeace, los ecologistas serían liberados después de declarar

Hernán Nadal, director de Movilización de la organización explicó que no existió "ningún motivo" para la detención. 


El director de Movilización de Greenpeace anticipó que al término de las declaraciones de los 30 detenidos en Rusia, deberían ser liberados.
El director de Movilización de Greenpeace anticipó que al término de las declaraciones de los 30 detenidos en Rusia, deberían ser liberados. | Foto: AFP
Hernán Nadal, director de Movilización de Greenpeace, anticipó hoy que al término de las declaraciones de los 30 detenidos en Rusia, deberían ser liberados "porque no hubo ningún motivo para ser detenidos. Hasta el momento, no tenemos información oficial de que haya ningún cargo contra ninguno".
Nadal justificó el accionar de los ecologistas que intentaron subir a una plataforma de perforación petrolera en el Ártico: "Fue una protesta pacífica. Los dos argentinos (Camila Speziale, de 21 años, y Hernán Pérez Orzi, de 40) fueron detenidos luego de que la protesta terminara y el barco estuviera en aguas internacionales".
En diálogo con Radio Continental, recordó el reclamo contra la petrolera Gazprom, una de las más grandes mundo para que "la zona alrededor del polo norte sea un parque natural, que se prohíban las instalaciones petroleras off shore y la pesca industrial". Nadal explicó que las fuerzas de seguridad rusas “no tenían ningún motivo para hacer eso. Greenpeace hace acciones pacíficas, sin peligro para ninguna de las personas”.
De acuerdo a datos de la organización ambientalistas, 80 mil personas mandaron mails a la embajada rusa para pedir por los arrestados. El delito de "piratería" por el que están imputados los ambientalistas prevé una condena de hasta 15 años de cárcel y una multa de unos 15.500 dólares.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Asambleas y Marchas por la Universidad de La Rioja (UNLaR)


Los estudiantes y docentes de la UNLaR desde el martes han ocupado la Universidad pidiendo la renuncia del rector. Hoy domingo han marchado por el centro de la ciudad. Cuatro cuadras de estudiantes, docentes y co docentes

La Asamblea Soberana de la UNLaR convocó para este domingo a las 19.00 a una marcha de apoyo para familiares y amigos en Plaza 25 de Mayo, en repudio de la gestión de Tello Roldán y exigiendo su renuncia como rector, y la de todos los funcionarios designados y representantes de los estamentos ya electos.

Redacción El Joaquín

Los estudiantes, docentes, no docentes y egresados  que conforman la Asamblea General Soberana de la Universidad Nacional de La Rioja informaron que este domingo 22 se realizará una marcha de apoyo donde concurrirán familiares y amigos, una delegación de esta asamblea, además de “cualquier ciudadano que quiera participar y sumarse a la lucha, porque la UNLaR es de todos, no solo de los que estudiamos o trabajan ahí”, indicó una fuente oficial.

El objetivo de la Marcha Social es lograr el apoyo de la comunidad para con esta lucha que desarrollan principalmente los estudiantes. Los debates para tomar esta decisión insumieron prácticamente toda la tarde-noche de este sábado, mientras en la escalinata del rectorado se realizaba un pequeño festival musical, como parte final de los festejos por el Día del Estudiante y de la Primavera.

Uno de los temas más controvertidos fue la participación masiva de los estudiantes en la marcha, dejando abiertas las posibilidades de que ingresen los simpatizantes de Tello Roldán nuevamente al predio. Finalmente se decidió que concurrirá una pequeña delegación conformada por representantes de los cuatro estamentos, aunque está sujeta a una asamblea que se realizará este domingo a las 9 de la mañana.

Durante todos estos días se sumaron apoyos de diversos sectores, donde colegios profesionales, sindicatos, partidos políticos y organizaciones sociales mostraron su simpatía por la gesta. La presencia de familiares, amigos, dirigentes y ciudadanos comunes durante todos estos días, así como el regreso de varios ex estudiantes, docentes y empleados excluidos por esta gestión, fue creando un clima de solidaridad que benefició los ánimos de los ocupantes de la Ciudad Universitaria de la Ciencia y de la Técnica.-

MARSHALL BERMAN In memoriam

MARSHALL BERMAN: NUEVA YORK, EL 11-S Y EL MUNDO EN EL QUE VIVIMOS

Manhattan

Desde hace un cuarto de siglo, Marshall Berman es considerado uno de los pensadores más lúcidos del presente: humanista y marxista, capaz de hilvanar las reglas del sistema económico, los preceptos de la ciencia política, el movimiento constante del urbanismo, los signos que anidan en las obras de arte y los hechos más palpables de la vida diaria, ha sabido exponer así los síntomas y las contradicciones del mundo moderno. Entrevistado en su Nueva York natal, aceptó hablar con Radar del impacto simbólico y cotidiano en la ciudad tras el 11-S, cuando se derrumbaron las Torres que él tanto odiaba.






 Por Hernán Lascano

Hace 25 años, cuando entregó a su editor Todo lo sólido se desvanece en el aire, Marshall Berman asumía que el porvenir le arrimaría algún ejemplo para probar sus ideas sobre la vida moderna. Pero jamás sospechó que uno de ellos guardaría una correspondencia tan porfiada con el título del más célebre de sus libros. En el atentado que destruyó los dos edificios más altos de Nueva York persiste para él una extraordinaria fuente de estupor y la contraseña de una época. Justo en la ciudad donde nació y a la que tomó como laboratorio de sus divagaciones sobre las promesas, los prodigios y los demonios de la vida contemporánea.
Los análisis de Berman tienen como eje obstinado la calle. Su mirada sobre las tragedias y aventuras de la modernidad examina cómo leyeron su entorno espacial y político arquetipos del mundo moderno, modificándose en esa experiencia –y al mundo– con ellas. De Dostoievski a Marx, de Ibsen a Rousseau, de Baudelaire a Le Corbusier, Berman advierte el pespunte de un hilo común: habitar un continente en agitación e incertidumbre permanentes, compartir preocupaciones e ilusiones en una atmósfera donde sin solución todo se desintegra dolorosamente para volver a surgir.
Y en la calle se ven las proezas y las ruinas del mundo moderno. En Todo lo sólido... Berman concebía a Nueva York como una acción simbólica que desde sus magníficos edificios y rascacielos propone al mundo un prospecto cultural sobre cómo debe vivirse y admirarse la vida moderna. En la acción de los dos pilotos que se incrustaron contra el World Trade Center hace seis años, piensa Berman, hubo también un mensaje. Que, entiende, es distintivo de la modernidad.
“Profesor Berman, buenas noches. Soy de Argentina. Lo molesto para preguntarle si no me concedería una entrevista.” Sólo teníamos las siguientes 36 horas por un hueco, gentileza de un vuelo retrasado. –Déjeme ver. ¿Para qué querría hablar conmigo?
Bueno, soy periodista, me gustaría conversar y publicar lo que me diga.
–Déjeme ver mi agenda. Está bien. ¿Qué le parece el jueves de la semana que viene?
Decirle que el avión sale al día siguiente, que es martes, es una brutalidad. Pero no hay mucha opción.
Vea, señor, estoy aquí por accidente, me voy mañana. Sé que llamo con poco tiempo.
–Déjeme ver. Está bien. Sí, está bien. ¿Qué le parece a las 10? Hay un lindo lugar cerca de mi casa donde podríamos desayunar. ¿Está usted de acuerdo?
Son las 10.15, la temperatura es de tres grados bajo cero y Marshall Berman no aparece. Tal vez sea mejor porque el frío es desolador y no hubo tiempo ni imaginación para proponer una conversación responsable. A las 10.25 una figura desbalanceada, inclinada levemente a su izquierda, avanza con pasos cortos por la calle 100. Lleva una campera tipo cazadora, pantalones de gabardina gastados y un par de guantes gigantescos. “Disculpe, por favor”, murmura y tiende la mano. De una de sus orejas, asomando en la melena grisácea y desgreñada, pende un prominente aro con las máscaras de la tragedia y la comedia. Berman tiene 67 años. Profesor de Ciencia Política y Urbanismo del City College de Nueva York, Berman es un explorador de la calle. Desde allí pregunta e indaga cómo atravesó a los neoyorquinos el trauma que, junto a un símbolo imperial, también tiró abajo sensaciones vinculadas con la invulnerabilidad y el orgullo. Las Torres Gemelas se erguían a quince minutos del departamento donde vive Berman en el Upper Manhattan. El dice que siempre odió esos edificios. Pero que pensar lo que ocurrió lo hace sentir culpable y herido.
Esa culpa fantasmal, dice Berman, acecha a los neoyorquinos. De manera especial a los que, como él, despreciaban a las Torres. “El World Trade Center se destacaba mucho por su envergadura aunque paradójicamente allí parecía latir una idea de alejar a la gente. Eran unos edificios horribles. En el acceso había una plaza abierta pensada para eventos como ferias comerciales, pero la agencia que la alquilaba hizo siempre lo posible por apartar al público. Conozco a una mujer que luchó durante años para hacer de ese espacio un ámbito más social. Renunció a su trabajo en julio de 2001. Al encontrarla, tiempo después, le pregunté por qué imperaba allí aquel espíritu tan opuesto a la gente. Rompió a llorar ante mi pregunta. Me dijo que los compañeros de trabajo que podrían responder la razón de esa actitud estaban muertos. Ella no quería estar allí pero sentía una culpa desoladora por haberlos combatido. La gente lleva todos esos sentimientos dentro.”
¿Y qué le pasa a usted?
–Aún me siento muy herido. Siempre percibí las Torres como aisladas y no integradas a la ciudad. Antes de las explosiones mucha gente de mi edad recordaba con añoranza la zona del bajo Manhattan sin ellas. Y nunca me cuidé de expresar mis sentimientos adversos. Pero en algún punto, después de los ataques, he deseado incluso que hubiera existido alguna forma de hacerlas desaparecer sin matar a nadie. Lo dije muchas veces. Al verme llorar aquellos días mi hijo me preguntaba qué me ocurría si, al fin y al cabo, yo odiaba esos edificios. Le contestaba que esos espacios, que me parecían algo irreales, se habían llevado mucha gente real con ellos.

En la vereda

Berman desayuna huevos revueltos y chocolate caliente en un Metro Diner de Broadway y la calle 100. A una cuadra de allí una placa anuncia una retrospectiva de la obra de Robert Moses, el ingeniero que en los años ‘50 diseñó la autopista que hizo desaparecer buena parte del Bronx, el barrio natal de Berman. A esa cuestión le dedicó un capítulo de Todo lo sólido... Los hombres comunes, siente Berman, experimentan las emociones y adversidades de la modernidad caminando en la calle. A ella volvió para compulsar los efectos del 11 de septiembre de 2001.
¿Qué recuerda de ese día?
–Llevé a mi hijo a la escuela, volví a casa y estaba preparándome para salir. Tenía la radio prendida y oí la exclamación de un locutor diciendo que un avión se había estrellado en el World Trade Center. Puse la televisión y se veían escenas de histeria. Cuando se vio en vivo el choque del segundo avión todos asumimos que eso no era un accidente.
¿Cuánto demoró en vincularlo con su libro?
–No pude evitar hacerlo de inmediato, lo que me generó desolación. Me preguntaba qué estaría fallando en mí para que relacionara esta catástrofe colectiva con mi mitología personal. Después comprendí que para expresarnos ante semejante devastación buscamos respuesta en los vocabularios personales. Ante la catástrofe cada cual reacciona con sus recursos. Un amigo especialista en mitología india me cuenta que en esa cosmovisión la reacción destructiva tiene mucho de liberador: que la sangre fluya al río, que los bebés lloren. Los europeos que sufrieron la Segunda Guerra habrán hecho conexiones con eso. Yo hice lo que pude.
¿Notó cambios en los hábitos urbanos o en la conducta de la gente tras el 11-S?
–En aquel momento, obviamente, hubo una tremenda sensación de shock. Pero fue perceptible que la gente comenzó de inmediato a tratarse mejor. Aunque suene absurdo, era notorio un cuidado del otro hasta en la fila del autobús o del correo. Un rasgo de extremada amabilidad. Pero esta amabilidad venía de la ansiedad, lo que no es tan bueno. Venía de sentir que todo podía explotar en cualquier momento.
Los norteamericanos conocen muchas formas de violencia, pero esto era algo nuevo.
–Lo fue. Tras el 11-S muchos europeos dijeron: “Ahora saben cómo se siente ser un blanco de ataques colectivos”. Pero entre los años ‘50 y los ‘90 la violencia en las ciudades estadounidenses fue más alta que en las europeas. La gente actuaba defensivamente, como si hubiera alguien caminando por detrás, buscando advertir algún rasgo desagradable en el otro para cruzarse de vereda. No era que la gente de aquí estuviera preocupada por algo puntual, sino acostumbrada a vivir en permanente preocupación. No obstante, esa violencia tenía que ver con ataques personales: la idea de un individuo puesto en peligro por otro. La novedad ahora era que algo indefinible, impersonal, podía atacar todo o cualquier cosa. En algún sentido los norteamericanos estuvimos más habituados a la violencia que los europeos porque nuestras ciudades daban más miedo. En Europa tras la Segunda Guerra las ciudades se volvieron más seguras de lo que jamás habían sido. Eso cambiaría hacia el final del siglo XX.
Mencionó algo de cierto estado de culpa colectiva.
–Fue evidente en mucha gente, la misma que hoy sienten muchos veteranos de Vietnam o de la Segunda Guerra, la culpa del sobreviviente. Por qué murió alguien que estaba conmigo y yo no. A dos meses de los ataques pasé por un cuartel cercano a mi casa y conversé con dos bomberos. Les pregunté si habían perdido a alguien de su dotación y uno de ellos empezó a llorar. El otro me contó que aquel día una congestión de tránsito impidió que llegaran al primer edificio, donde estaban sus compañeros de cuartel, quienes murieron allí. Ellos vivían y se sentían culpables. Fue algo muy notorio, también en la gente que trabajaba en Ground Zero. Me recordaba a Septimus Warren Smith, un personaje en Mrs. Dalloway, de Virginia Woolf. Era un soldado que regresa de la Primera Guerra y no puede sino ver amigos caídos en el campo de combate, que para él eran más reales que la gente viva. La falta de respuesta es algo que nos acecha y caracteriza la vida moderna.
¿Cómo cree que influyeron los ataques en la visión de los neoyorquinos hacia los inmigrantes?
–Personalmente, al principio tuve miedo de que pudiera haber repudios públicos, en particular contra los barrios árabes. Nada de eso pasó en absoluto, incluso pese a la demagogia de ciertos congresistas. Creo que en este sentido Estados Unidos fue más saludable políticamente de lo que muchos de nosotros presumíamos. La sociedad norteamericana es muy sofisticada respecto de asimilar inmigrantes. Siempre considero que tal vez uno de los objetivos del 11-S fue hacer sentir a los residentes árabes que eran nuestros enemigos.
Piensa que eso no se logró pese a lo que vino después?
–Ciertamente no en EE.UU. Quizás eso esté más vivo en Inglaterra o en Francia, donde hubo reacciones evidentes de violencia racial aunque nunca analicé la situación ni tampoco las razones por las cuales los inmigrantes árabes puedan sentirse allí más rechazados o con miedo. Tal vez una diferencia sea que éste es un país de inmigrantes y todo el tiempo tratamos con nuevos grupos de inmigrantes. En Nueva York el mundo entero viaja con usted en el autobús. Creo además que la ciudad reaccionó con enojo a que los atentados se utilizaran como pretexto para una guerra que se venía planeando por otros motivos.

En el pasado

Las incursiones de la administración Bush en Afganistán e Irak van, según Berman, tras un espejismo que sin embargo existe. Aunque asimila que es un pretexto para la guerra, el fundamentalismo es real y representa una idea muy moderna. En cualquier religión, observa, conviven un aspecto humanístico y otro más tribal y rígido. El fundamentalismo toma tradiciones milenarias y las reconceptualiza rígidamente en un sistema arbitrario desde donde juzga al mundo. No es algo nuevo. También la Guerra Fría, dice, operó escogiendo conspiradores y enemigos en base a un esquema moral abruptamente dual. La modernidad, cree Berman, está llena de amenazas a la modernidad.
¿Qué conexión encuentra entre la guerra en Afganistán e Irán y el fundamentalismo?
–No hay conexión en absoluto.
Pero uno de los propósitos declarados de las invasiones es luchar contra el fundamentalismo.
–Durante la Guerra Fría creció aquí la idea de que cualquiera que se opusiera a Estados Unidos formaba parte de una conspiración. Todo en ese marco era reducido a una misma cosa. Se afianzó entonces el mensaje de que si se podía detener a esa cosa, a nuestro enemigo y a los conspiradores, la vida sería posible en felicidad y armonía. Luego la Unión Soviética colapsó. En fin, según creo, la gente común comprende la idea de que existen obstáculos múltiples a la felicidad. Sin embargo, la política demagógica insiste en reducir todo a un solo elemento. Creo que eso sucedió el 11-S con el fundamentalismo. Es el nuevo pretexto.
¿El 11-S fue un mensaje cultural contra la modernidad?
–La gente que cometió los ataques era muy sofisticada, tenía un plan, manejaba la informática y aviones. La idea de usar aviones comerciales como armas es propia de un pensamiento militar muy moderno y muy sofisticado. Merece crédito, aunque sea horrible. Pero he aquí otra paradoja moderna: este avance en tecnología militar no es correlativo a un progreso en temas morales. Hay un progreso extraordinario en entrenar gente para matar pero no para advertir que los demás son parecidos a uno mismo. Si una novedad cultural implicó esto fue permitir que más gente descubriera caminos nuevos para matar a más gente. Lo que pasó no queda, en este sentido, fuera de la modernidad. El nazismo también desarrolló tecnología muy sofisticada para exterminar seres humanos.
¿El fundamentalismo, en ese sentido, es una idea moderna?
–Es una enrarecida y patética aplicación del pensamiento moderno. En el siglo XX cada religión se volvió en forma simultánea más abierta y humanista pero a la vez más cerrada, exclusiva y violenta. No es algo propio del Islam, las mismas polaridades extremas pueden encontrarse también en el judaísmo y en el catolicismo. Toman tradiciones antiguas de estas religiones, las simplifican y las comprimen. Muchas veces las religiones que tienen formas más cerradas y fanáticas son las más populares.
¿Y cuál es el resultado de esa simplificación?
–Uno de los ejemplos más conspicuos es el lugar que tienen las mujeres en el Islam. Se advierte su marginación pero también que muchas mujeres son entusiastas respecto de esa represión de la cual son objeto. Eso de ningún modo justifica la victimización. Y esto siempre ha sucedido en la historia de la civilización. Dostoievski, que es uno de mis escritores favoritos, crea una historia en Los hermanos Karamazov en la que Jesús vuelve a mitad de la Inquisición, lo arrestan y lo encierran. Un inquisidor lo interroga a medianoche, lo acusa de confundir sus palabras, lo cuestiona. Le dice: “Hoy la gente es más libre que nunca pero no desea su libertad, pide que se la saquemos, que la salvemos de ella. La gente no quiere su libertad y vos, Jesús, los obligás a ser libres”. Funciona como una profecía sorprendente de lo que sucedería con las religiones en el siglo XX. Bajo los fundamentalismos la gente que puede ser libre elige resguardarse de su libertad.

viernes, 20 de septiembre de 2013

PATCH (parche)


"Patch Adams" pintó un mural en el Hospital Borda

El médico Hunter Doherty está de visita en Buenos Aires y una de las actividades fue en el centro psiquiátrico
El médico norteamericano Hunter Doherty, conocido como "Patch Adams", está en la Argentina y, entre otras actividades programadas, participó de una acción en el Hospital Borda.

El creador de la "risoterapia" y fundador del Instituto Gesundheit!, que visita los establecimientos médicos vestido de payaso para aportar otros aspectos en la recuperación de los pacientes, pintó un mural en el centro psiquiátrico de la ciudad

Además de "Patch Adams", en el Borda estuvo Kevin Johanssen tocando con su banda

Por la mañana, Doherty visitó los estudios de Metro 95.1 y fue entrevistado por Andy Kusnetzoff, el conductor dePerros de la Calle

Luego de pasar por el Borda, "Patch Adams" fue hasta la UNSAM para dar una conferencia abierta. Allí también conoció a los "titiribióticos", un grupo de titiriteros del Instituto Cultural de la Provincia que se presentan en hospitales públicos. 

El jueves será parte del Human Capital Forum, evento que reúne a los CEOs, presidentes, directores y gerentes del área de recursos humanos de las empresas más importantes del país. 

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Ariel Dorfman

El día en que las cosas cambiaron para siempre

La historia la hacen personas reales como el amigo Claudio, que murió en mi lugar



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Si estoy con vida, si 40 años más tarde puedo contar la historia del golpe del 11 de septiembre de 1973, es gracias a la ciega generosidad de mi amigo Claudio Jimeno.
Lo recuerdo ahora tal como lo vi entonces, cuando me despedí de él sin saber que se trataba de una despedida final, sin saber que dentro de poco él estaría muerto y yo iba a sobrevivir, ninguno de los dos anticipando que los militares lo matarían a él en vez de ensañarse conmigo.
Nos conocimos en 1960 cuando los dos cursábamos el primer año de estudios en la Universidad de Chile. Incisivos sobresalientes y una mata de pelo negro erizado le habían merecido un apodo, Conejo, que luciría hasta el día de su muerte. Estaba de novio con Chabela Chadwick, una estudiante de química, y cuando yo comencé a salir con Angélica, mi futura mujer, los cuatro participábamos en un raudal de actividades: bailes y paseos a la playa y, sobre todo, sumándonos a manifestaciones de protesta. Porque lo que en última instancia más nos unía, más allá de compartir confidencias y esperanzas, era una feroz necesidad de batallar por la justicia social en un continente de extrema pobreza y desarrollo frustrado.
Mi amigo fue apresado, torturado y finalmente muerto; su destino prefiguró el del país
Como millones de otros chilenos, Claudio y yo éramos fervientes seguidores del socialista Salvador Allende, que proclamaba —en una época en que la guerrilla se alzaba con furia en toda América Latina— que era posible una revolución en nuestro país sin recurrir a la violencia, que podíamos crear una sociedad más justa y soberana por medios democráticos y pacíficos. Nuestros sueños se hicieron realidad cuando, 10 años más tarde, Allende ganó las elecciones presidenciales de1970.
Los sueños y la realidad, sin embargo, no siempre van de la mano.
Ya a mediados de 1973, el Gobierno de Allende estaba asediado por sus enemigos internos y externos, y la creciente amenaza de un pronunciamiento militar. De manera que cuando Fernando Flores, el secretario general de Gobierno del Presidente, me pidió que sirviera como su asesor de prensa y cultura, no tuve la menor duda. Una de mis responsabilidades más urgentes era que debía hacer guardia una vez, cada cuatro noches, en La Moneda, para que pudiera comunicarme con Allende en caso de alguna emergencia. Las otras noches se rotaban entre otros tres asesores, uno de los cuales era Claudio Jimeno.
De manera que cuando me di cuenta de que me tocaba dormir en La Moneda la noche del lunes 10 de septiembre, nada más natural, entonces, que canjear ese turno con mi viejo amigo, pedirle si era posible hacerme cargo de su guardia del domingo 9 de septiembre. Me convenía ese domingo porque era la única ocasión que tenía para mostrarle a Rodrigo, mi hijo de seis años, la galería de retratos de los Primeros Mandatarios de Chile y para que experimentara, antes de que su madre viniera a buscarlo, ese momento mágico en que las luces del palacio se prendían al crepúsculo.
El naufragio de la revolución chilena repercutió en forma significativa en Europa
Claudio asintió sin la menor vacilación. En esos tiempos azarosos pasar aunque fuera una hora extra con el hijo al que no teníamos la certeza de ver al día siguiente constituía un regalo insuperable. De hecho, me agradeció el trueque, ya que le permitía gozar de un domingo tranquilo con Chabela y sus dos hijos.
Y entonces quiso la buena y la mala suerte que fuera Claudio Jimeno el que respondió el teléfono en la madrugada del 11 de septiembre de 1973, recibiendo la noticia de que el golpe, liderado por el general Augusto Pinochet, había comenzado. Y fue Claudio el que llamó a Allende y Claudio el que luchó a su lado en La Moneda y Claudio el que terminó siendo apresado y luego torturado y finalmente muerto, convirtiéndose en uno de los primeros chilenos desaparecidos. Mientras que yo desperté al lado del amor de mi vida, de Angélica, y traté de llegar a La Moneda y no lo pude lograr y heme aquí, 40 años más tarde, conmemorando a mi amigo y lo que se perdió y lo que se aprendió, y recordando, porque Claudio no lo puede hacer, cómo mantuvimos viva la esperanza en medio de la oscuridad. Heme aquí, todavía sin poder visitar la tumba de Claudio porque los militares que lo mataron todavía no revelan dónde echaron su cuerpo vejado.
El destino de Claudio prefiguró el de su país.
Nos aguardaban décadas de represión y pavor, de pesadumbre y combate. Aun cuando terminamos derrotando a la dictadura, nuestra democracia restaurada se vio severamente restringida. La siniestra Constitución de Pinochet, aprobada en un referéndum fraudulento en 1980, sigue siendo hasta el día de hoy la ley suprema de la república, obstaculizando tantas reformas imprescindibles que el país reclama.
Si bien aquel 11 de septiembre de 1973 fue trágico para tantos chilenos, también tuvo consecuencias más allá de nuestras orillas remotas. El naufragio de la Revolución Chilena repercutió en forma significativa en Europa, donde llevó a una fundamental reorientación de la izquierda en varios países (notablemente España, Francia e Italia), la certeza de que no bastaba con una mayoría electoral exigua para llevar a cabo transformaciones sustanciales en la sociedad, sino que se necesitaba un consenso amplio y profundo. En los Estados Unidos, la intervención de la CIA en la caída de Allende fue uno de varios factores que condujeron a investigaciones del Congreso, estableciendo leyes limitando las intromisiones del Poder Ejecutivo norteamericano en los asuntos internos de otras repúblicas, abriendo una discusión que es en este momento más perentoria que nunca, en vista de que los presidentes norteamericanos siguen adjudicándose el derecho a inmiscuirse ilegalmente en cualquier rincón de la tierra donde sus intereses podrían peligrar, es decir, matar y espiar en todo el mundo.
Chile ha sido un modelo de pueblo desarmado capaz de liquidar a una dictadura
El legado más crucial, sin embargo, del 11 de septiembre chileno fueron las estrategias económicas implementadas por Pinochet. Mi país se convirtió, en efecto, en un laboratorio para un salvaje experimento neoliberal, una tierra donde la avaricia desmedida, la extrema desnacionalización de los recursos públicos y la supresión de los derechos de los trabajadores, fueron impuestas con virulencia a un pueblo desamparado.
Muchas de estas políticas fueron adoptadas más tarde por Margaret Thatcher y Ronald Reagan (así como por líderes en el resto del globo), acarreando una disparidad escandalosa en la distribución del ingreso y la riqueza y, podría argüirse, creando condiciones para las últimas crisis financieras que han sacudido al planeta. Por cierto, este modelo chileno de un libre mercado exorbitante y sin frenos no ha perdido hoy su atractivo. La drástica y desastrosa privatización del sistema previsional sufrida en Chile es enaltecida por derechistas de todas las estampas como una “solución” al “problema” de las pensiones de los jubilados. Y recientemente, el Wall Street Journal, en un editorial, sugería que “ojalá los egipcios tuvieran la buena suerte de que sus nuevos generales reinantes resultaran ser como Augusto Pinochet de Chile.”
Afortunadamente, Chile no exportó únicamente las peores experiencias surgidas de la asonada militar. También ha servido como un modelo de cómo un pueblo desarmado puede, a través de la no violencia y una ardua campaña de desobediencia civil, conquistar el miedo y liquidar a una dictadura. Los alentadores movimientos de resistencia y en favor de la democracia que han brotado en todos los continentes durante estos últimos años prueban que el futuro no tiene que ser despiadado, que el 11 de septiembre chileno no marcó el final de la búsqueda de libertad y justicia social por la que murió Claudio Jimeno, que tal vez su sacrificio no fue enteramente en vano.
Y, sin embargo, no me puedo consolar, a los 40 años todavía recuerdo su sonrisa de conejo cuando me dijo adiós en La Moneda aquella noche de septiembre 10, 1973.
Al día siguiente, ese martes desbordante de terror en Santiago, muchas cosas cambiaron para siempre, cambios políticos y económicos que alteraron a Chile y, se podría aventurar, también al mundo. Pero cuando contemplamos el pasado lo que necesitamos recordar es que finalmente la historia la hacen y padecen seres humanos reales, hombres y mujeres que quedan penosamente afectados, la historia consiste de muchos Claudios y muchos Jimenos de nuestra especie, uno más uno más uno.
Esa es la historia irreparable, la que nos duele y conduele: no puede Claudio despertar, como lo hago yo cada mañana, al canto interminable de los pájaros.
Claudio Jimeno, el amigo que murió en mi lugar hace 40 años atrás, nunca ha de ver a sus nietos crecer, nunca podrá sonreírse cuando lo llamen abuelo conejo.
Ariel Dorfman es escritor chileno. Su último libro es Entre sueños y traidores: un striptease del exilio.